Un día en la mañana se apareció la tía Gertrudis. Venía con su cabello despelucado y fijaba su mirada en dos de los 9 hermanos. En Dora y Elena. Dos pequeñas que le temían a su tía. Era sábado en la mañana, y todos sabían con seguridad a que se debía la visita de la tía.
- He venido por Elena y Dora. Me las llevare mañana a la iglesia de 6 de la mañana. - Dijo Gertrudis sentándose. – Al otro día emprendieron el camino.
- La tía Gertrudis se queda dormida, cuando hace el rosario, en ese momento salimos y nos ponemos a jugar afuera de la iglesia. - Dijo Elena.
- Perfecto.
Al llegar la tía Gertrudis, como era de esperarse, busco una banca donde no hubiese muchas personas, situándose a unos pocos metros de distancia de la puerta de salida. La tía Gertrudis empezó el rosario después del que padre diera la comunión. Elena y Dora prestaron atención cuando ella se retiró la camándula del pecho y empezó a contar las bolitas de madera tarareando un rezo, sin embargo, prestaban especial atención al movimiento de sus dedos huesudos, esperando a que se quedaran quietos, en ese momento significaba que ella se había quedado dormida. El momento no se hizo esperar y la tía Gertrudis paro el tarareo, y sus dedos se quedaron quietos. Dora y Elena se miraron, con aquella mirada cómplice, que indicaba que eran libres de salir y jugar ahora. Y así fue, salieron a jugar al parque, se divirtieron por unos escasos minutos, cuando sintieron que el suelo empezaba a rugir, un hombre que leía el periódico atentamente se detuvo, y miro a Elena y Dora como si el movimiento de sus inquietos cuerpos tuviera algo que ver, pero no. El piso empezó a tambalearse con inmensa fuerza, desgarrando los cimientos de la iglesia, el grito de las personas era ensordecedor, y el miedo de que algo aplastara a Elena y Dora se hizo presente.
- ¡Tírense en forma de cruz! - Grito el hombre. Sin discutir, ni pensar realmente, Elena y Dora se lanzaron al suelo simulando una crucifixión. El temblor no cesaba, y todo lo que había se venía abajo. Unos minutos después el temblor ceso por fin. Elena y Dora analizando lo que había acabado de suceder, vieron una cabeza decapitada rodando por el suelo, un brazo ensangrentado que apenas salía de los escombros de la iglesia. Ambas se miraron y pensaron casi telepáticamente en su tía Gertrudis. Había muerto. Sin embargo, para su suerte, la tía Gertrudis campante lloraba desconsolada en los hombros del padre, por la prematura muerte de las pequeñas niñas. Para suerte de Gertrudis, se despertó unos segundos después de que Elena y Dora zarparan a las afueras de la iglesia, y en medio de su preocupación busco a las niñas desesperada. La tía Gertrudis abrazo con fuerza a Elena y a Dora, y nunca jamás volvió a invitar a nadie a misa. Ni siquiera ella volvió. El hombre que leía el periódico, no se vio después del terremoto, por lo que Dora y Elena concluyeron que era un ángel.