viernes, 30 de abril de 2021

Franco y el Fuego de Simón Álvarez Velásquez

Es posible afirmar que los humanos tenemos la necesidad de amar algo. Si el individuo no tiene ese "algo", porque no está cerca de él o porque no lo ha descubierto aún, siente un vacío, una necesidad que no es capaz de describir.

Franco nunca había pensado en eso. Cuando llegó a la nueva isla donde viviría se dispuso a explorarla. La curiosidad también es una característica muy humana. Después de un tiempo encontró algo que hizo surgir en él el amor y nubló su razón. Quiso entonces estar a su lado. Se tumbó muy cerca y se quedó allí. Sentía una gran felicidad.

Los días se volvieron noches y las noches días. Franco comenzó a sentir un gran dolor. Era como si un gran número de diminutos guerreros atacaran todo su cuerpo con afiladas espadas. Pero su amor hacía que el sufrimiento valiera la pena. Además, con su conciencia suspendida, no se preguntaba sobre la naturaleza de ese "algo" ni sobre la causa de su dolor.

Un fuerte viento sopló en la isla y él, debilitado, no pudo evitar ser lanzado hasta un islote vecino, quedando inconsciente por el golpe. Cuando despertó quiso volver a donde eso que amaba. Pero se percató que tenía grandes heridas. Deseó morir.

Comenzó a llover. Eso lo tranquilizó. Reflexionó. Surgieron en su mente preguntas sobre lo que había sucedido. No entendía nada. Se levantó y miró hacia la isla. Con su razón plena se dio cuenta que ese "algo" era un Fuego hermoso e inextinguible. Franco lo seguía amando pero ahora sabía que estar cerca de él le hacía daño. Esto le produjo una gran tristeza. Su cuerpo tenía muchas quemaduras que le producían bastante dolor. Mientras más lejos estuviera del Fuego más fuerte se volvería. Comenzó a fabricar un barco. Su viaje debía continuar.

Aunque sus heridas sanen y descubra nuevos y maravillosos territorios, en algún lugar de la mente de Franco siempre estará la imagen de ese Fuego ardiendo, hermoso, eterno e incorruptible.

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