viernes, 30 de abril de 2021

Instantes de una vida de Verónica Mejía Acevedo

Morir no fue la sensación más fuerte que había tenido. Fue lenta y cubierta de una incertidumbre que no se calmó hasta que murió, pero no fue el impacto más grande de su vida. Era paradójico pensar que su muerte fue un hecho insignificante para su vida, pero lo era, porque había vivido tantas emociones intensas con mucha más conmoción que su muerte. 

La primera emoción fuerte que podía recordar ocurrió cuando tenía 3 años, su madre entró por la puerta con su hermano en sus brazos y de un día para el otro su enorme estómago desaparecido cuán si fuera magia. Tenía 3 años cuando sintió por primera vez ternura. Fue una explosión abrumadora en su cabeza, pero cuando vio esa cara arrugada y rojiza se prometió ser el héroe que siempre necesito y pudo serlo.

La segunda emoción ocurrió en alguna semana escolar a sus 15 años. Rompió las mariposas en su estómago cuando vio por primera vez a un chico de ojos marrones. Su corazón latió tan rápido y contundente que sus oídos lo embriagaron con ese incesante pálpito. En ese momento no lo sabía, pero estaba enamorado. 

La tercera emoción ocurrió a los 28 años. Un tiempo largo que pasó entre la universidad y que se sintió como una perdida de sí mismo en función a la vida académica, consiguió un empleo de bajo salario y un apartamento con paredes mohosas que se pudo permitir, pero aquello era suyo y cuando compró por primera vez una pequeña nevera con su salario, el orgullo estallo tan fuerte que despertó años de sentimientos reprimidos. No era la vida de éxitos que siempre planeó, pero le era suficiente para vivir como quería. 

La cuarta emoción sucedió al cumplir 35. Su madre de pocas enfermedades murió de repente. Ella fue longeva en sus tiempos y solía bromear sobre como ninguna vacuna sería más fuerte que sus defensas campesinas. Se encontró con su hermano en el funeral, sin estar muy cerca lloraron en compañía y reconoció que nunca experimentó tal tristeza. 

La quinta emoción ocurrió cuando tenía 46 años. Su hijo, un niño apenas entrado a la adolescencia fue arrollado en la carretera de su escuela, recibió la llamada desde su cómoda oficina en el centro y seobligó a correr por las autopistas hasta llegar al hospital. Y aunque el niño se recuperó sin heridas graves, él solo pudo reconocer el miedo que se aferró por meses. 

Y luego murió, a esa edad donde las canas ya dejaron de crecer. Murió en cama una noche como la mayoría de personas desearían morir, con el dolor escaso y una inconsciencia a penas lograda. Murió, pero podía reconocer que no había sido el momento que más sintió. Quizás ese sentimiento se había relegado al duodécimo puesto de su vida, y aun así, pensó que no era necesario reconocerlo. 

Después de todo, y como dicen por ahí, la muerte es un asunto más de vivos que de los muertos, y a él ya no le importaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ganadores del concurso

Primer puesto  Soplo divino de Pablo Antonio Sueche Kanube, estudiante de Ingeniería Física. Segundo puesto El zancudo de Nicolás Alejandro ...