viernes, 30 de abril de 2021

Listados de cuentos

Diana Sofía Morales García
María Alejandra Castaño Tobón
Sara Sofía Reyes Villamil
Juan Carlos Pineda Bedoya
Jhon Sebastián Romero Meza
Santiago Salazar Ramírez
Laura Isabella Ascanio Soto
Leifer Hoyos Madrid
Julián Montoya EscuderoAndrea Medina Avendaño

Punto Cero de Diana Sofía Morales García

No, en el fondo sé que, si te volviera a ver, no aprovecharía el tiempo contigo.

La mañana estaba fría, supongo que tomé aquel triste suspiro que te recuerda que estás viva y salí a buscarte, sin pensar ni un segundo en encontrarte.

La calle, el cartón mojado, el olor a berrinche.

Tú sentada al otro lado.

Alguien que voltea la mirada mientras paso.

Personas que aumentan el paso y se quejan al llegar al semáforo.

El silencio incomodo que se formó cuando me senté.

El sonido de una moneda al caer y tú diciéndome: “Debe ser la suerte”. Mientras te ibas.

Sí, la vida solo es una constante despedida.

 

Soñé mi muerte de María Alejandra Castaño Tobón

Los últimos meses estuve revolcándome en pesadillas fúnebres de las cuales no recuerdo casi nada, solo cuando en los pasillos de mi mente salía corriendo, demasiado asustado para tener claridad de cualquier cosa, y después de esta escena despertaba petrificado de miedo, pero sin recordar por qué.

Cuando llegué a mi casa todo estaba en silencio como siempre, fui a mi cama. Comencé a cerrar los ojos y sentí que me observaban, me puse alerta, pero pensé que solo era mi mente jugando sucio conmigo, sin embargo, no pude evitar seguir asustado, entonces me puse de pie y recorrí la casa, pero no encontré nada; volví a mi habitación. Cuando entré casi me desmayo, un hombre vestido de negro estaba en mi cama dándome la espalda viendo hacia la ventana.

—Pasa, tenemos mucho de qué hablar.

—¿Quién eres?

El hombre se dio la vuelta y mi susto fue aún mayor.

—¿No me reconoces?

¡Era como verme al espejo, ese hombre tenía mi rostro!

—Necesito que hablemos, hace mucho que no me escuchas.

—¡No comprendo nada! ¿A caso estoy loco?

Intenté salir corriendo de la habitación, crucé el marco de la puerta corriendo y recordé esa imagen de mis pesadillas, esa escena en la que salgo corriendo demasiado asustado para tener claridad de cualquier cosa. Él me agarró del brazo con firmeza.

—Debes saber que no puedes escapar de ti mismo, nunca vas a huir de los deseos más profundos dentro de ti. Yo solo vine a mostrarte lo que en realidad quieres —me dijo mientras me enseñaba una cuerda con nudo dogal.

Me negué a recibirla, intenté huir, pero todo estaba oscuro, corrí, pero no sabía hacia donde, sentí que estaba acorralado, sentía que las paredes se acercaban a mí, oía el latido de mi corazón, sentía la sangre correr por mi cuerpo.

—¡No me sigas, déjame en paz! ¡Auxilio! Todo es una pesadilla más

Escuché una vos.

—No tienes razón para quedarte aquí —le oí decir mientras sentía la soga en mi cuello.

Me arrastró por la habitación, mi presión arterial fue en aumento hasta que comencé a adormecerme. Luego de un rato abrí los ojos (no sé exactamente cuánto tiempo pasó) y vi el que podía ser mí cuerpo, pero no era, yo no estaba colgado, era el desquiciado de hace rato.

Me di la vuelta y había dos policías.

—Los vecinos llamaron, dijeron que escucharon gritos a altas horas de la madrugada, temo que tardamos mucho en venir.

—Señor yo vivo aquí, este hombre vino a mi casa en la noche, me atormentó, en un momento me desmayé no sé qué pasó.

—¿Usted escuchó eso?

—Definitivamente usted está loco —respondió.

—Tiene razón, qué escena tan escalofriante. Qué cosa tuvo que pasarle para hacer eso.

—vaya forma de empezar el día ¿vamos por un café? —dijo el primero en tono sarcástico.

¡Me quedé ahí, si era yo! ¡quien estaba literalmente con la soga en el cuello era yo! Nadie me oía, nadie me veía ¡si hubiera podido volver a morir, lo habría hecho de pánico!

Volví la cabeza hacia donde estaba mi cadáver, entonces vi al otro tipo

—¿Vienes? Ya no tienes razón para permanecer aquí —me dijo.

Y lo seguí­­­­­­.

El salvador de los condenados de Sara Sofía Reyes Villamil

Databa el año de 1888; el señor D. Virgilio, un hombre con una moral admirable dirigida por la palabra de Dios. El incorruptible Virgilio, respetado por todos, tú los llevarás al reino de los cielos, una más. Palabras dichas al espejo mugriento que reflejaban una condena de sombras putrefactas, solo e inmóvil es el único y solitario testigo. En medio del fresco olor a pino y un manto verde oscuro, se lograba esconder una pequeña casa vieja de madera que guardaba a un señor de cabello blanco y manos temblorosas.

El día cedía ante la noche con una ligereza peculiar. Es hora de Salir, pensó; tomó un oscuro gabán, un sombrero negro, salió, miró el cielo y comenzó su camino. Se dirigía con una pesadumbre que brotaba desde sus entrañas al pueblo más cercano a deleitarse de las almas vagantes de aquel.

En la esquina de la calle se encontraba una mujer de voluptuosidad utópica, pecas que invadían sus mejillas y daban vida a las perlas dentro su boca y al intenso mar dominante en sus ojos; su belleza se convirtió en el deleite de los hombres, dedicada a vender caricias con el negocio más próspero entre sus piernas.

Uno, dos y tres pasos para llegar al pueblo, voy a buen ritmo gracias a Dios. Un paso más, Se decía a sí mismo mientras se acercaba el alba. Alzó la mirada y de expedita manera su cara cambio a una expresión de furia que escapaba por sus ojos. Putrefacta, yo soy el único tendrá piedad de ti, el primero en condenarte a la salvación. Pensó.

La luz sucumbió ante la oscuridad profunda en pequeño pueblo, Virgilio se adentraba cada vez más a las neblinas de su alma perdida. En la esquina, tras unos minutos de encantar a la deleitante mujer, esta lo calló con una mordida en sus labios, la cual poco a poco se transformó e innumerables besos cargados de pasión y bajando hasta su pantalón. Virgilio apretó su mano dentro de su pantalón. Es un regalo, tu recompensa, las únicas y verdaderas llaves del paraíso, cierra los ojos, dijo. La mujer sonrió, la sinceridad de su alegría acompañado con su ansia y espera por unos cuantos pesos para poder comer, reflejaba la vitalidad en su rostro que era absorbida por una desdichada vida ingrata. Al momento de apagar el azul llegó el negro, Virgilio sacó una pequeña y afilada navaja y sin dar oportunidad de un último parpadeo el puñal hundió sin misericordia alguna, marcando una fina, pero profunda línea desde su clítoris hasta su cuello y horizontal que atravesaba ambos pezones. Infame pecadora, te di las llaves del cielo, te di la compasión que nadie más te dio. Es por mí que vas a la ciudad de los cielos, es por mí que sé que encuentras la alegría eterna y el lugar donde habitan los dichosos salvados, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y solo Dios existe antes que yo. Ganaste el cielo con un sacrificio en nombre de Jesucristo.

… El incorruptible Virgilio, amado y respetado por todos. Tú los llevarás al reino de los cielos, una más.

La iglesia de Sonsón de Juan Carlos Pineda Bedoya

Un día en la mañana se apareció la tía Gertrudis. Venía con su cabello despelucado y fijaba su mirada en dos de los 9 hermanos. En Dora y Elena. Dos pequeñas que le temían a su tía. Era sábado en la mañana, y todos sabían con seguridad a que se debía la visita de la tía.


- He venido por Elena y Dora. Me las llevare mañana a la iglesia de 6 de la mañana. - Dijo Gertrudis sentándose. – Al otro día emprendieron el camino.


-
La tía Gertrudis se queda dormida, cuando hace el rosario, en ese momento salimos y nos ponemos a jugar afuera de la iglesia. - Dijo Elena.


- Perfecto.


Al llegar la tía Gertrudis, como era de esperarse, busco una banca donde no hubiese muchas personas, situándose a unos pocos metros de distancia de la puerta de salida. La tía Gertrudis empezó el rosario después del que padre diera la comunión. Elena y Dora prestaron atención cuando ella se retiró la camándula del pecho y empezó a contar las bolitas de madera tarareando un rezo, sin embargo, prestaban especial atención al movimiento de sus dedos huesudos, esperando a que se quedaran quietos, en ese momento significaba que ella se había quedado dormida. El momento no se hizo esperar y la tía Gertrudis paro el tarareo, y sus dedos se quedaron quietos. Dora y Elena se miraron, con aquella mirada cómplice, que indicaba que eran libres de salir y jugar ahora. Y así fue, salieron a jugar al parque, se divirtieron por unos escasos minutos, cuando sintieron que el suelo empezaba a rugir, un hombre que leía el periódico atentamente se detuvo, y miro a Elena y Dora como si el movimiento de sus inquietos cuerpos tuviera algo que ver, pero no. El piso empezó a tambalearse con inmensa fuerza, desgarrando los cimientos de la iglesia, el grito de las personas era ensordecedor, y el miedo de que algo aplastara a Elena y Dora se hizo presente.

- ¡Tírense en forma de cruz! - Grito el hombre. Sin discutir, ni pensar realmente, Elena y Dora se lanzaron al suelo simulando una crucifixión. El temblor no cesaba, y todo lo que había se venía abajo. Unos minutos después el temblor ceso por fin. Elena y Dora analizando lo que había acabado de suceder, vieron una cabeza decapitada rodando por el suelo, un brazo ensangrentado que apenas salía de los escombros de la iglesia. Ambas se miraron y pensaron casi telepáticamente en su tía Gertrudis. Había muerto. Sin embargo, para su suerte, la tía Gertrudis campante lloraba desconsolada en los hombros del padre, por la prematura muerte de las pequeñas niñas. Para suerte de Gertrudis, se despertó unos segundos después de que Elena y Dora zarparan a las afueras de la iglesia, y en medio de su preocupación busco a las niñas desesperada. La tía Gertrudis abrazo con fuerza a Elena y a Dora, y nunca jamás volvió a invitar a nadie a misa. Ni siquiera ella volvió. El hombre que leía el periódico, no se vio después del terremoto, por lo que Dora y Elena concluyeron que era un ángel.

Miedo de Jhon Sebastián Romero Meza

Amanezco en un oscuro lugar, estoy atrapado en un lugar que desconozco… Aterrorizado me levanto y comienzo a dar vueltas a través del lugar, poco a poco voy reconociendo cada pequeño detalle, ahora lo recuerdo; ¡Aquí es donde vivo! Vaya, siento una paz que comienza a travesar todo mi cuerpo mientras salgo a la ventana y siento un golpe de viento en mi cara. Pero, ¿es de noche? Aún la luna menguante se encuentra en el estrellado cielo y siento el olor de la oscuridad.

Decido prepararme un café, lo dejaré negro, sin azúcar, quiero sentir el amargo momento. Saco un pan y comienzo a comer, pero este sabe diferente, hoy es muy dulce para mí, no entiendo lo que sucede, debo salir corriendo y vomitar, no puedo más…

Han pasado algunos minutos, pero el reloj extrañamente se ha movido más de 5 horas, bueno, como sea, hoy quedé a hacer ejercicio con Alejandro y no puedo llegar tarde; Me alisto rápidamente y salgo caminando por mi barrio, cruzo diversos lugares admirando sitios que siempre habían estado ahí pero nunca me había parado a contemplar.

Ya llegué, no sé cuánto demoré, no tengo nada que marque la hora, espero que no sea tarde; ¡Oh! Ahí está Alejo, pero está con muchas personas, ¿quiénes son? Bueno, como sea, es hora empezar el juego.

Duró una hora y me sentí genial, aunque a veces me confundía un poco y acababa pasando el balón al otro equipo. Vamos a saliendo a comer algo y charlar.

Llevamos hablando 30 minutos y todos me miran raro, pero ¿por qué? Creo que es hora de irme, el ambiente se siente diferente.

Ya llegué de nuevo a casa, me sentí observado por el camino, una sensación extraña. El sol hoy fue diferente, me gustó; también amé ese pequeño encuentro con Kristoff (así le coloqué al perrito que me habló camino a casa, ¡era demasiado tierno!).

¿Qué ocurre? Ya es de noche y no sé qué más hice hoy, recuerdo saludar a mis padres cuando llegaron, pero lo demás está nublado. Ahora me observan los dispositivos electrónicos, todo es muy raro, ¡alguien me está vigilando! No sé qué quieren de mí, ¡pero que sepan que no lo obtendrán fácilmente!

Han pasado varios días y siento que ahora comprendo el mundo, cada pequeño detalle tiene un porqué, pero los demás parecen no entender; Están todos lo suficientemente ensimismados en sus vidas para no ver más allá; ¡Es que es tan obvio lo que veo! ¿Por qué ellos no lo pueden ver?

Me acabo de despertar, no sé qué día ni qué hora es, estoy en una habitación blanca, y… ¡Estoy amarrado a la cama! ¡Ayuda!

Siento que han pasado horas y nadie viene, aún cuando no he parado de gritar. Un momento, alguien está abriendo la puerta, es, es… ¿Mamá? ¿Papá? ¡Por favor ayúdenme, miren como me tienen!

Mis padres solo me miran y lloran, tienen una expresión de miedo en su cara, ¿qué es lo que ocurre?

Luego varios minutos me he logrado calmar, mis padres me dicen que esto es por mi bien, pero no entiendo nada, dicen que mi cerebro ha enfermado y que vivo en otra realidad. ¡¿Qué?!

 

Ganadores del concurso

Primer puesto  Soplo divino de Pablo Antonio Sueche Kanube, estudiante de Ingeniería Física. Segundo puesto El zancudo de Nicolás Alejandro ...