viernes, 30 de abril de 2021

La cima de lo imposible de Sara Ruiz Henao

Quería hacer lo que nadie había hecho: emprender un viaje hacia lo imposible, escalar esa lejana e interminable montaña que parecía la escalera al cielo. ¿Estaba loco? Probablemente, pero la locura siempre había sido mi brújula en la vida. Haciéndome únicamente de mi bastón, vestido de gloria decidí encaminarme a ese mundo de lo incomprensible: subiría por la montaña.

A cada paso podía sentir como mis dedos se ponían fríos, y el aire más denso. El crujir de las ramas bajo mi bastón era la música viajera que me alentaba a no parar ni un instante, las aves y las mariposas fueron mis compañeras de viaje, y hasta mis guías turísticas de aquel gélido paisaje, que a cada paso resultaba más desolado. Continué subiendo. Empecé a sentir como la invisible fuerza de la atmósfera oprimía mi pecho y casi podía ver el aire que exhalaba. Los movimientos de mi bastón eran más afanados cada vez, miré hacia atrás y no podía reconocer nada de lo que acababa de atravesar, todo se había transformado parcialmente en un frío desierto de niebla.

Mis piernas ardían, mis dedos se sentían como si nunca los hubiera tenido, el viento cantaba escandalosas melodías indescifrables que me revolvían el cabello y congelaban mis pestañas, y justo cuando sentía que mi loca travesía sería eterna, me descubrí en la cima. Por fin me encontraba en el último peldaño de esa rocosa escalera al cielo, contemplando la inmensidad de un basto océano de vapor de agua sin forma alguna, sintiéndome pequeño y a la vez grande por estar allí, en los imposible.

Y esto, toda esta crónica, fue lo que experimenté cuando vi por primera vez las finas pinceladas que Caspar Friedrich plasmó en su tela “El caminante sobre el mar de nubes”.

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