viernes, 30 de abril de 2021

El salvador de los condenados de Sara Sofía Reyes Villamil

Databa el año de 1888; el señor D. Virgilio, un hombre con una moral admirable dirigida por la palabra de Dios. El incorruptible Virgilio, respetado por todos, tú los llevarás al reino de los cielos, una más. Palabras dichas al espejo mugriento que reflejaban una condena de sombras putrefactas, solo e inmóvil es el único y solitario testigo. En medio del fresco olor a pino y un manto verde oscuro, se lograba esconder una pequeña casa vieja de madera que guardaba a un señor de cabello blanco y manos temblorosas.

El día cedía ante la noche con una ligereza peculiar. Es hora de Salir, pensó; tomó un oscuro gabán, un sombrero negro, salió, miró el cielo y comenzó su camino. Se dirigía con una pesadumbre que brotaba desde sus entrañas al pueblo más cercano a deleitarse de las almas vagantes de aquel.

En la esquina de la calle se encontraba una mujer de voluptuosidad utópica, pecas que invadían sus mejillas y daban vida a las perlas dentro su boca y al intenso mar dominante en sus ojos; su belleza se convirtió en el deleite de los hombres, dedicada a vender caricias con el negocio más próspero entre sus piernas.

Uno, dos y tres pasos para llegar al pueblo, voy a buen ritmo gracias a Dios. Un paso más, Se decía a sí mismo mientras se acercaba el alba. Alzó la mirada y de expedita manera su cara cambio a una expresión de furia que escapaba por sus ojos. Putrefacta, yo soy el único tendrá piedad de ti, el primero en condenarte a la salvación. Pensó.

La luz sucumbió ante la oscuridad profunda en pequeño pueblo, Virgilio se adentraba cada vez más a las neblinas de su alma perdida. En la esquina, tras unos minutos de encantar a la deleitante mujer, esta lo calló con una mordida en sus labios, la cual poco a poco se transformó e innumerables besos cargados de pasión y bajando hasta su pantalón. Virgilio apretó su mano dentro de su pantalón. Es un regalo, tu recompensa, las únicas y verdaderas llaves del paraíso, cierra los ojos, dijo. La mujer sonrió, la sinceridad de su alegría acompañado con su ansia y espera por unos cuantos pesos para poder comer, reflejaba la vitalidad en su rostro que era absorbida por una desdichada vida ingrata. Al momento de apagar el azul llegó el negro, Virgilio sacó una pequeña y afilada navaja y sin dar oportunidad de un último parpadeo el puñal hundió sin misericordia alguna, marcando una fina, pero profunda línea desde su clítoris hasta su cuello y horizontal que atravesaba ambos pezones. Infame pecadora, te di las llaves del cielo, te di la compasión que nadie más te dio. Es por mí que vas a la ciudad de los cielos, es por mí que sé que encuentras la alegría eterna y el lugar donde habitan los dichosos salvados, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y solo Dios existe antes que yo. Ganaste el cielo con un sacrificio en nombre de Jesucristo.

… El incorruptible Virgilio, amado y respetado por todos. Tú los llevarás al reino de los cielos, una más.

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