¿Cómo escribir una carta sin destinatario?, tu nombre no existe en las páginas amarillas, y tu número nunca lo guardaste en mi teléfono. Aún así, observo pasar delante de mí a cientos de ti, viéndote reflejado en numerosos espejos que se mueven todo el tiempo, y sin embargo ninguno eres tú, no el verdadero tú. Tomas mil rostros: “¿Cuál te gusta más?”, «¿me preguntas a mí?» con lo difícil que es encontrarte, realmente encontrarte.
La segunda vez que me miraste y me tocaste, cambiaste de rostro y me gustaste, pero ¿lo hice yo a ti? Me como la cabeza con tus confusas señales de cariño desechable, y lloro en una esquina pensando en qué realmente quieres de mí. Me acaricias la mejilla con el reverso de tu mano siniestra, me miras con tus ojos superficiales, arqueando con lástima tus cejas, «¿lástima de mí?», y tu boca se mueve haciendo una mueca que no entiendo por completo. Me sonríes, susurrándome al oído epítetos vacíos de sentimiento; y una vez más, yo me lo creo.
Y cambias, y te vuelves más bajo y más alto, más gordo y más flaco, tu piel toma cien tonalidades, tus ojos se achinan y tu boca se achica, y me pregunto si sigues siendo tú, detrás de las incontables iniciales de tu CV.
Me cuestiono qué hago yo envuelto entre mantas tejidas con manos de otro, sintiendo brazos ajenos que no te pertenecen, imaginando de nuevo un futuro inviable con un impostor. Lo reconozco, encontrarte no es asunto sencillo.
Con desespero trato de idear cómo lavar el olor de tu colonia de toda mi ropa, cómo quemar las fotos en donde tu cara borrosa se sienta al otro lado del lente, sonriéndome, «¿sinceramente?». Supongo que irse toma distintos significados para ti; sigues estando aquí, presente, incrustado en mi cabeza, pero tu nombre ya se fue y mis sentimientos por ti también, solo que volverán, con otro nombre y otro rostro, pero profundamente tú al fin y al cabo.
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