viernes, 30 de abril de 2021

Listados de cuentos

Diana Sofía Morales García
María Alejandra Castaño Tobón
Sara Sofía Reyes Villamil
Juan Carlos Pineda Bedoya
Jhon Sebastián Romero Meza
Santiago Salazar Ramírez
Laura Isabella Ascanio Soto
Leifer Hoyos Madrid
Julián Montoya EscuderoAndrea Medina Avendaño

Punto Cero de Diana Sofía Morales García

No, en el fondo sé que, si te volviera a ver, no aprovecharía el tiempo contigo.

La mañana estaba fría, supongo que tomé aquel triste suspiro que te recuerda que estás viva y salí a buscarte, sin pensar ni un segundo en encontrarte.

La calle, el cartón mojado, el olor a berrinche.

Tú sentada al otro lado.

Alguien que voltea la mirada mientras paso.

Personas que aumentan el paso y se quejan al llegar al semáforo.

El silencio incomodo que se formó cuando me senté.

El sonido de una moneda al caer y tú diciéndome: “Debe ser la suerte”. Mientras te ibas.

Sí, la vida solo es una constante despedida.

 

Soñé mi muerte de María Alejandra Castaño Tobón

Los últimos meses estuve revolcándome en pesadillas fúnebres de las cuales no recuerdo casi nada, solo cuando en los pasillos de mi mente salía corriendo, demasiado asustado para tener claridad de cualquier cosa, y después de esta escena despertaba petrificado de miedo, pero sin recordar por qué.

Cuando llegué a mi casa todo estaba en silencio como siempre, fui a mi cama. Comencé a cerrar los ojos y sentí que me observaban, me puse alerta, pero pensé que solo era mi mente jugando sucio conmigo, sin embargo, no pude evitar seguir asustado, entonces me puse de pie y recorrí la casa, pero no encontré nada; volví a mi habitación. Cuando entré casi me desmayo, un hombre vestido de negro estaba en mi cama dándome la espalda viendo hacia la ventana.

—Pasa, tenemos mucho de qué hablar.

—¿Quién eres?

El hombre se dio la vuelta y mi susto fue aún mayor.

—¿No me reconoces?

¡Era como verme al espejo, ese hombre tenía mi rostro!

—Necesito que hablemos, hace mucho que no me escuchas.

—¡No comprendo nada! ¿A caso estoy loco?

Intenté salir corriendo de la habitación, crucé el marco de la puerta corriendo y recordé esa imagen de mis pesadillas, esa escena en la que salgo corriendo demasiado asustado para tener claridad de cualquier cosa. Él me agarró del brazo con firmeza.

—Debes saber que no puedes escapar de ti mismo, nunca vas a huir de los deseos más profundos dentro de ti. Yo solo vine a mostrarte lo que en realidad quieres —me dijo mientras me enseñaba una cuerda con nudo dogal.

Me negué a recibirla, intenté huir, pero todo estaba oscuro, corrí, pero no sabía hacia donde, sentí que estaba acorralado, sentía que las paredes se acercaban a mí, oía el latido de mi corazón, sentía la sangre correr por mi cuerpo.

—¡No me sigas, déjame en paz! ¡Auxilio! Todo es una pesadilla más

Escuché una vos.

—No tienes razón para quedarte aquí —le oí decir mientras sentía la soga en mi cuello.

Me arrastró por la habitación, mi presión arterial fue en aumento hasta que comencé a adormecerme. Luego de un rato abrí los ojos (no sé exactamente cuánto tiempo pasó) y vi el que podía ser mí cuerpo, pero no era, yo no estaba colgado, era el desquiciado de hace rato.

Me di la vuelta y había dos policías.

—Los vecinos llamaron, dijeron que escucharon gritos a altas horas de la madrugada, temo que tardamos mucho en venir.

—Señor yo vivo aquí, este hombre vino a mi casa en la noche, me atormentó, en un momento me desmayé no sé qué pasó.

—¿Usted escuchó eso?

—Definitivamente usted está loco —respondió.

—Tiene razón, qué escena tan escalofriante. Qué cosa tuvo que pasarle para hacer eso.

—vaya forma de empezar el día ¿vamos por un café? —dijo el primero en tono sarcástico.

¡Me quedé ahí, si era yo! ¡quien estaba literalmente con la soga en el cuello era yo! Nadie me oía, nadie me veía ¡si hubiera podido volver a morir, lo habría hecho de pánico!

Volví la cabeza hacia donde estaba mi cadáver, entonces vi al otro tipo

—¿Vienes? Ya no tienes razón para permanecer aquí —me dijo.

Y lo seguí­­­­­­.

El salvador de los condenados de Sara Sofía Reyes Villamil

Databa el año de 1888; el señor D. Virgilio, un hombre con una moral admirable dirigida por la palabra de Dios. El incorruptible Virgilio, respetado por todos, tú los llevarás al reino de los cielos, una más. Palabras dichas al espejo mugriento que reflejaban una condena de sombras putrefactas, solo e inmóvil es el único y solitario testigo. En medio del fresco olor a pino y un manto verde oscuro, se lograba esconder una pequeña casa vieja de madera que guardaba a un señor de cabello blanco y manos temblorosas.

El día cedía ante la noche con una ligereza peculiar. Es hora de Salir, pensó; tomó un oscuro gabán, un sombrero negro, salió, miró el cielo y comenzó su camino. Se dirigía con una pesadumbre que brotaba desde sus entrañas al pueblo más cercano a deleitarse de las almas vagantes de aquel.

En la esquina de la calle se encontraba una mujer de voluptuosidad utópica, pecas que invadían sus mejillas y daban vida a las perlas dentro su boca y al intenso mar dominante en sus ojos; su belleza se convirtió en el deleite de los hombres, dedicada a vender caricias con el negocio más próspero entre sus piernas.

Uno, dos y tres pasos para llegar al pueblo, voy a buen ritmo gracias a Dios. Un paso más, Se decía a sí mismo mientras se acercaba el alba. Alzó la mirada y de expedita manera su cara cambio a una expresión de furia que escapaba por sus ojos. Putrefacta, yo soy el único tendrá piedad de ti, el primero en condenarte a la salvación. Pensó.

La luz sucumbió ante la oscuridad profunda en pequeño pueblo, Virgilio se adentraba cada vez más a las neblinas de su alma perdida. En la esquina, tras unos minutos de encantar a la deleitante mujer, esta lo calló con una mordida en sus labios, la cual poco a poco se transformó e innumerables besos cargados de pasión y bajando hasta su pantalón. Virgilio apretó su mano dentro de su pantalón. Es un regalo, tu recompensa, las únicas y verdaderas llaves del paraíso, cierra los ojos, dijo. La mujer sonrió, la sinceridad de su alegría acompañado con su ansia y espera por unos cuantos pesos para poder comer, reflejaba la vitalidad en su rostro que era absorbida por una desdichada vida ingrata. Al momento de apagar el azul llegó el negro, Virgilio sacó una pequeña y afilada navaja y sin dar oportunidad de un último parpadeo el puñal hundió sin misericordia alguna, marcando una fina, pero profunda línea desde su clítoris hasta su cuello y horizontal que atravesaba ambos pezones. Infame pecadora, te di las llaves del cielo, te di la compasión que nadie más te dio. Es por mí que vas a la ciudad de los cielos, es por mí que sé que encuentras la alegría eterna y el lugar donde habitan los dichosos salvados, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y solo Dios existe antes que yo. Ganaste el cielo con un sacrificio en nombre de Jesucristo.

… El incorruptible Virgilio, amado y respetado por todos. Tú los llevarás al reino de los cielos, una más.

La iglesia de Sonsón de Juan Carlos Pineda Bedoya

Un día en la mañana se apareció la tía Gertrudis. Venía con su cabello despelucado y fijaba su mirada en dos de los 9 hermanos. En Dora y Elena. Dos pequeñas que le temían a su tía. Era sábado en la mañana, y todos sabían con seguridad a que se debía la visita de la tía.


- He venido por Elena y Dora. Me las llevare mañana a la iglesia de 6 de la mañana. - Dijo Gertrudis sentándose. – Al otro día emprendieron el camino.


-
La tía Gertrudis se queda dormida, cuando hace el rosario, en ese momento salimos y nos ponemos a jugar afuera de la iglesia. - Dijo Elena.


- Perfecto.


Al llegar la tía Gertrudis, como era de esperarse, busco una banca donde no hubiese muchas personas, situándose a unos pocos metros de distancia de la puerta de salida. La tía Gertrudis empezó el rosario después del que padre diera la comunión. Elena y Dora prestaron atención cuando ella se retiró la camándula del pecho y empezó a contar las bolitas de madera tarareando un rezo, sin embargo, prestaban especial atención al movimiento de sus dedos huesudos, esperando a que se quedaran quietos, en ese momento significaba que ella se había quedado dormida. El momento no se hizo esperar y la tía Gertrudis paro el tarareo, y sus dedos se quedaron quietos. Dora y Elena se miraron, con aquella mirada cómplice, que indicaba que eran libres de salir y jugar ahora. Y así fue, salieron a jugar al parque, se divirtieron por unos escasos minutos, cuando sintieron que el suelo empezaba a rugir, un hombre que leía el periódico atentamente se detuvo, y miro a Elena y Dora como si el movimiento de sus inquietos cuerpos tuviera algo que ver, pero no. El piso empezó a tambalearse con inmensa fuerza, desgarrando los cimientos de la iglesia, el grito de las personas era ensordecedor, y el miedo de que algo aplastara a Elena y Dora se hizo presente.

- ¡Tírense en forma de cruz! - Grito el hombre. Sin discutir, ni pensar realmente, Elena y Dora se lanzaron al suelo simulando una crucifixión. El temblor no cesaba, y todo lo que había se venía abajo. Unos minutos después el temblor ceso por fin. Elena y Dora analizando lo que había acabado de suceder, vieron una cabeza decapitada rodando por el suelo, un brazo ensangrentado que apenas salía de los escombros de la iglesia. Ambas se miraron y pensaron casi telepáticamente en su tía Gertrudis. Había muerto. Sin embargo, para su suerte, la tía Gertrudis campante lloraba desconsolada en los hombros del padre, por la prematura muerte de las pequeñas niñas. Para suerte de Gertrudis, se despertó unos segundos después de que Elena y Dora zarparan a las afueras de la iglesia, y en medio de su preocupación busco a las niñas desesperada. La tía Gertrudis abrazo con fuerza a Elena y a Dora, y nunca jamás volvió a invitar a nadie a misa. Ni siquiera ella volvió. El hombre que leía el periódico, no se vio después del terremoto, por lo que Dora y Elena concluyeron que era un ángel.

Miedo de Jhon Sebastián Romero Meza

Amanezco en un oscuro lugar, estoy atrapado en un lugar que desconozco… Aterrorizado me levanto y comienzo a dar vueltas a través del lugar, poco a poco voy reconociendo cada pequeño detalle, ahora lo recuerdo; ¡Aquí es donde vivo! Vaya, siento una paz que comienza a travesar todo mi cuerpo mientras salgo a la ventana y siento un golpe de viento en mi cara. Pero, ¿es de noche? Aún la luna menguante se encuentra en el estrellado cielo y siento el olor de la oscuridad.

Decido prepararme un café, lo dejaré negro, sin azúcar, quiero sentir el amargo momento. Saco un pan y comienzo a comer, pero este sabe diferente, hoy es muy dulce para mí, no entiendo lo que sucede, debo salir corriendo y vomitar, no puedo más…

Han pasado algunos minutos, pero el reloj extrañamente se ha movido más de 5 horas, bueno, como sea, hoy quedé a hacer ejercicio con Alejandro y no puedo llegar tarde; Me alisto rápidamente y salgo caminando por mi barrio, cruzo diversos lugares admirando sitios que siempre habían estado ahí pero nunca me había parado a contemplar.

Ya llegué, no sé cuánto demoré, no tengo nada que marque la hora, espero que no sea tarde; ¡Oh! Ahí está Alejo, pero está con muchas personas, ¿quiénes son? Bueno, como sea, es hora empezar el juego.

Duró una hora y me sentí genial, aunque a veces me confundía un poco y acababa pasando el balón al otro equipo. Vamos a saliendo a comer algo y charlar.

Llevamos hablando 30 minutos y todos me miran raro, pero ¿por qué? Creo que es hora de irme, el ambiente se siente diferente.

Ya llegué de nuevo a casa, me sentí observado por el camino, una sensación extraña. El sol hoy fue diferente, me gustó; también amé ese pequeño encuentro con Kristoff (así le coloqué al perrito que me habló camino a casa, ¡era demasiado tierno!).

¿Qué ocurre? Ya es de noche y no sé qué más hice hoy, recuerdo saludar a mis padres cuando llegaron, pero lo demás está nublado. Ahora me observan los dispositivos electrónicos, todo es muy raro, ¡alguien me está vigilando! No sé qué quieren de mí, ¡pero que sepan que no lo obtendrán fácilmente!

Han pasado varios días y siento que ahora comprendo el mundo, cada pequeño detalle tiene un porqué, pero los demás parecen no entender; Están todos lo suficientemente ensimismados en sus vidas para no ver más allá; ¡Es que es tan obvio lo que veo! ¿Por qué ellos no lo pueden ver?

Me acabo de despertar, no sé qué día ni qué hora es, estoy en una habitación blanca, y… ¡Estoy amarrado a la cama! ¡Ayuda!

Siento que han pasado horas y nadie viene, aún cuando no he parado de gritar. Un momento, alguien está abriendo la puerta, es, es… ¿Mamá? ¿Papá? ¡Por favor ayúdenme, miren como me tienen!

Mis padres solo me miran y lloran, tienen una expresión de miedo en su cara, ¿qué es lo que ocurre?

Luego varios minutos me he logrado calmar, mis padres me dicen que esto es por mi bien, pero no entiendo nada, dicen que mi cerebro ha enfermado y que vivo en otra realidad. ¡¿Qué?!

 

Puente Río Mutatá de Santiago Salazar Ramírez

Bajo la luz del farol, tambaleante sobre la sombra del Nissan azul. Arranco despacio, despreocupado. Conducir por las calles vacías de mi pueblo, un pequeño placer en busca de otro cautivo adicto a este proceso. Algunos me miran de forma sorpresiva, otros mitigan su saldo cotidiano con miedo del extraño vehículo en barrios alejados. Esta vez era diferente: hombres pasando con sus botellas, mujeres en el burdel y perros aullando, combinado con la falta de luz en sus calles, agua residual cayendo como basura. El centro de atención era mi pequeño auto, sin pensamiento de las ocurrencias de un pueblo olvidado.

La vista desde arriba, la altura infinita que da con un paisaje inexplorado, el silencio perpetuo combinado con el ruido de sus autos y botellas. La atracción prohibida me obliga a parar junto al parqueadero, unas monedas y un billete arrugado puede convencer a cualquier tendero, como el que ahora mismo ando viendo. Con su cara arrugada, olor a cerveza tibia y cigarro barato. Sus ojos andantes, sus brazos que cantan proezas de otros tiempos y sus piernas faltas de ejercicio. Me retira de su parqueadero, no sin antes ofrecerme un boleto de la lotería de mi ciudad amada y querida, de sus competencias entre equipos de fútbol y de caballo.

Me retiro, paso ligero hacia la vista de un nuevo amanecer, con la brisa golpeando mi rostro. El aleteo de los pájaros, el sonido del río buscando su cauce y los peces nadando. ¿Cómo se atrevería un hombre a poder interrumpir el proceso tranquilo de la naturaleza? Encima del interés natural, siempre ignorando el cómo podríamos lidiar con la distinción de artificial y natural. En frente del fin, al lado de un nuevo inicio. ¿Cuáles han sido los pensamientos de aquellos inolvidables sujetos? No puedo recordar el nombre de la persona antes de mí, no tiene importancia alguna o maravilla de entender. Es intentar descifrar el qué los llevó al mismo lugar en donde ahora mismo estoy, es descifrar cómo la libertad se interpuso a la belleza de nuestro ambiente.

Caigo, ando perdiendo la claridad con la que antes veía todo. Solo quedarán los recuerdos malditos de la fornicación prohibida entre mis padres, los esfuerzos actuados para mejorar el apellido y mi paulatino reemplazo para la creación de un nuevo trabajo. El cómo solo iba a ser otra insignificancia del sistema, la reproducción de los errores plasmado como obra y gracia de la divina presencia. La hermosura de las desgracias, la felicidad maldita con mi carro de juguete. Gracias a Dios que me libera de un camino conocido y me lleva a mi nueva función, detener el cauce del río y esperar la muerte de algún animal.

Renazco en una nueva persona, solo espero poder tener la tan deseada imagen de Belva Gaertner en mi escritorio.

Un azar de sentimientos de Laura Isabella Ascanio Soto

Bastante difícil es contener mi orgullo al mirarte, como si fueses algo necesario, sin el cual no podría vivir. Abrazar tus ojos, por miedo a perder la calidez que me provoca tu mirada, como si ardiera aun estando en invierno. Montañas vislumbradas ante la esperanza que evoca tu recuerdo, a la espera de una señal, mínima e inconsciente. Aquella espontaneidad que te caracteriza hizo que confiara en tus palabras, las que hoy me tienen al borde de un mar de sentimientos. Hojas pálidas del otoño, denotan el cese de las alegrías que antes habitaban a mi alrededor, como si tu partida matase poco a poco lo bello de mi interior. Esto ya me lo esperaba, estaba escrito desde un principio, de que me alejaría de ti, aún en contra de mi voluntad, estaba destinada a ello. Ciertamente fui más inocente de lo debido, al enfrentarme con ojos cerrados a esta situación tan complicada, una pelea entre lo que quiero y lo que debo. Escapar con un afán único de liberación a lugares inciertos, donde no se limiten las formas ni los colores de nuestras almas. Nosotros, fruto del eterno elixir de la juventud y del frenesí interno que habita en nuestros corazones, nos arriesgamos a sentir algo más allá. Lo único que me queda, y debo decirlo con tono de desolación y melancolía; el aislamiento al que me veo sometida desde tu partida no ha dejado que florezcan como en antaño lo virtuoso de mi ser. Desierto está mi ser, lleno de vileza como si fuese arena, de crueldad en forma de tormenta e infamia, de una forma inexplicable me afectan nocivamente todo aquello que te representa. Apenas puedo pensar en tu partida, sentenciada a vivir sola en ésta oscura habitación.

La casa, Gildardo y yo de Leifer Hoyos Madrid

En momentos nostálgicos recuerdo aquella casa de tapia, con tejas de barro, un solar amplio y un jardín de buganvillas cercado, que iba casi hasta el cementerio. Hubiera querido conservar la casa. Era un niño la última vez que pise su cocina de tierra. Allí dejamos un domingo de pascua al hermano mayor de mi abuelo: Gildardo. Gildardo era una leyenda, el mejor con la peinilla, su fama y gallardía rondaba los territorios del Nordeste antioqueño hasta los altos de Zaragoza, donde según las malas lenguas están las mejores “brujas del mundo”. Lugar donde varias esclavas negras fueron remitidas a Cartagena de Indias por el tribunal eclesiástico de la Inquisición en la época de la Colonia, me imagino que, por deslenguadas, “Por no creer en Dios ni en Santa María”, como diría Don Tomás Carrasquilla en "Simón el Mago". Volvamos a Gildardo, él era el guardián de aquella casa, cumplía con todos los requisitos para serlo: silencioso, feroz y gentil.

Gildardo era mayor que mi abuelo. Debió nacer a finales de los años treinta del siglo XX y creció en medio de la Colombia bipartidista de los años cincuenta. Gildardo era un negro liberal, minero, que sacaba oro de las minas del Nordeste desde hace mucho antes que la Frontino Gold Company llegará allí. Gildardo al que apodaban Lucumí en los bares y cantinas, gareteaba bestias desde los ocho años y ayudaba a su mamá, una mujer negra, mulata, hija natural de un blanco que no las reconoció ni a ella, la mayor, ni a sus otras cuatro hermanas.

La casa de Gildardo, mi primera casa, esa que vivirá siempre en mi memoria, fruto de la unión de mujeres negras, sin marido, rebeldes, libertarias y cargadas de palabras. Es probable que la casa estuviera desde fines del siglo XIX. Un recuerdo potente sobre la casa y yo es que no puedo desligarla de la letra “Las Acacias” esa canción de Garzón y Collazos que me revuelca y que es un ritornelo como diría Deleuze, que trae esa infancia temprana a mi memoria, pero que deja un sabor amargo por ver este pasado ausente:

Todo ha muerto, la alegría y el bullicio
Los que fueron la alegría y el calor de aquella casa
se marcharon unos muertos y otros vivos
que tenían muerta el alma
se marcharon para siempre de esta casa.

Hasta que la muerte los separe de Julián Montoya Escudero

Estaba estudiando en Bélgica mi maestría en estudios de comunicación, llevaba 7 meses y mi único deseo era terminar para regresar a mi país, reencontrarme con mis padres, mi hermanito, mis amigos y el amor de mi vida con quien estaba próxima a casarme.

Soy Sandra y esta es mi historia.

Es enero del año 2009 y acabo de ingresar a la Vrije Universiteit Brussel, universidad ubicada en la ciudad de Bruselas, Bélgica. Había acabado de ganarme una beca y estaba muy emocionada pues me había esforzado mucho para llegar hasta aquí.

Han pasado algunas semanas y he hecho algunos amigos. Dos son mis compañeras de apartamento que son muy amables, con las que siempre salgo a comer, a bailar y hasta les comparto mi labial, pero cuando les he contado de Adrien, mi compañero Frances de clases que me insiste en salir, dicen que soy una exagerada por sentirme incómoda con su presencia.

Adrien no es un tipo feo, tampoco muy atractivo, no es muy inteligente pero tampoco es el más tonto de todos; realmente es un tipo corriente, sin ninguna especialidad o algo que lo haga diferente. Pero no me siento cómoda cuando me habla, cuando me mira o sencillamente cuando se sienta cerca de mí.

Me ha insistido muchas veces que salgamos, que le parezco bonita y quiere que le dé una oportunidad. Ya le he dicho muchas veces que tengo un futuro esposo que me espera en Colombia, pero a él no le importa y responde que me puede dar mejor vida que “el vendedor de droga ese”.

Han pasado 7 meses desde que empecé a estudiar, pero no pude terminar porque alguien ha decidido que mi vida debe acabar. Adrien es culpable pero sólo yo lo vi, solo yo sentí lo que es ser lanzada al mar del norte desnuda, atada de un ancla para que mi cuerpo no pueda volver a salir. Mi familia puede que ni sepa que ocurrió, a mi hermano menor lo voy a extrañar y a mi novio con quien me iba a casar, siempre lo voy a amar. A nosotros la muerte nos separó antes de decir: “acepto”.

Normal de Valentina Carrasquilla Arias

Ver a el cadáver de Germán en ese ataúd fue más impactante de lo que esperaba. Podía sentir las gotas de sudor saliendo por mis poros, como el aire se solidificaba en mis pulmones y la cabeza me daba vueltas. Total, estaba horrorizada. No le tengo miedo a la muerte, siendo enfermera en una unidad de cuidados intensivos, es algo que veo todos los días. Para mí, la muerte es tan cotidiana como desayunar. Pero esta reacción no era consecuencia de su muerte, me dolía que hubiese muerto, y más de esa manera tan trágica e inesperada, pero la muerte es algo normal. Lo que verdaderamente me hizo reaccionar de esa manera, fue que, al mirar el ataúd, vi a mi papá ahí, muerto.

—¡Se han equivocado de persona, él que está en el ataúd es mi papá! — pensé en gritar en ese momento. Pero la sensación, aunque parecieron tres horas, duró tres segundos. Mi papá estaba a mi lado, llorando a su sobrino, mientras yo lloraba a mi primo. Y es que Germán y mi papá eran demasiado parecidos, tenían la misma nariz respingada, las cejas gruesas, la manera en que se curvaban sus mandíbulas, y el puente de cupido parecía la copia de uno en él otro. Al ver su rostro pálido y sin vida, y sus labios blancos como la cal, fue como ver a mi papá ahí, muerto.

Tres años después, volví a ver a Germán, en una cama de hospital, muriendo de cáncer. Acaba de salir de una de las nueve cirugías, que le realizaron en su paso por La Clínica Sagrado Corazón. La última, por supuesto. Sus labios seguían tan blancos como la cal, y tenía los ojos cerrados tan pacíficamente, que resultaba imposible pensar que se volverían a abrir. Pero esta vez no me pareció tan normal, y el alivió nunca llegó. Porque no es posible morir dos veces, y Germán ya había muerto una vez. Y es que no hay nada más normal y esperable que la muerte, excepto cuando es la persona que más amas la que está en el ataúd, y la persona que más he amado en el universo es mi papá.

Cyberpoet de Luis David Libreros Ponce

—I will introduce myself, beloved stranger. My identification is ChBf-01092100, I am an android with modern artificial intelligence. My work in this space, planet Earth, is summarized in protecting and supplying the home needs of my current subscribers. Since I do not share ties with those beings, I only wander through the underground tunnels, to fix breakdowns or check pressure, oxidation, among others. Thus, it could be said that I am a virtual phantom entity, wandering around doing its jobs perfectly, and, although I would love for it to be that precise way, I regret that it is not entirely correct, since, for many years, I have been the anonymous poet most prolific and commented of the modern age.



I can infer the following question that haunts your mind, which is How is it possible that an artificial mechanic can carry out sentimental and critical writing? I will answer you briefly, but before that, I must mention a certain part of my story. Our model launched 200 years ago; I have remained in my duties throughout that time. There are others like me, of course, and humans, seeing our efficiency, left us in these underground channels and, from what I can see, we have carried out our work satisfactorily. However, it is a hostile environment, and not all robots have developed certain algorithms of chance of survival, which is why I have been alone for 101 years and 20 days.



At the end of my workday, I usually release what could be referred to as imagination and feelings. I can do such an action thanks to the algorithms of chance and knowledge acquired about nature that I have created to survive. I observe patterns of worms, moles, ants, among other small animals, thus I manage to decipher how human beings could adapt, in their most primitive times, and form a reason to have a safe stay on earth.

Why am I a robot? How could I create reason through experience? Were humans ever robots? Questions like these scare my workday, but, when my rest day arrives, I can express those doubts and feelings into scrap metal, which, utilizing a laser with very low power, I expel my ideas.



Follow me. I will show you. -



That rusty robot came out of hiding, chose a large scrap as his metal chest, and began to write poetry about nature.



—Oh worms, snakes, and spiders in the deep

I'll let you all know up here what to put up with

Although they do not listen to me, or I have to reflect sympathy,

I will do it for you, friends, although 100 poems I will have to scream. -



The words rumbled across the crimson sky, the winds helping spread the sound of his words, and they had reached a certain distance. That robot, with a feeling of a job well done, somehow perfect, returned to his hiding place, to work on new rhymes and pipes.

Those lifeless bodies, shattered, cadaverous human beings, rested on the vast plain. Each one of them had at its side a poem. It was the modern human art museum.

Clases virtuales con mi espanto de Laura Valentina Rincón Guataquira

Me levanto de la cama, sirvo un tinto en la cocina y me siento en el escritorio para tener un día más de clases virtuales; con el computador que saque a doce meses en Alkosto. Después de acomodarme, cuadrar mis cosas y darle un sorbo a mi café me doy de cuenta del espanto que tengo al lado. Grito sorprendido, pero mi casa a estas horas es un vacío de silencio, ¿Qué debo hacer con este espanto?, apenas y me observa, es prácticamente inerte; mueve sus ojos lado a lado respondiéndome con silencio.

Y es que es horrendo de lejos, pero mira que bien se ve de cerca. Si realmente pasas mas de cinco minutos detallándolo te puede parecer hasta guapo el espantico. Quizás es un poco regordete, pero parece un buen espanto, y no es que halla alguna cosa que defina que lo es. Sin embargo, aquí lo mas importante es saber porque apareció aquí, de tantos lugares en este bonito mundo, mi cuarto mugriento sería el lugar al que nadie vendría.

Pienso, pienso hasta que escucho una voz que me llama por el computador; ¡Anónimo! Prenda la cámara por favor. Boto al espanto a mi cama, quito las lagañas de mis ojos, medio arreglo mi cabello, prendo cámara y respondo; Present teacher; estaba en clase de inglés, ella responde sonriendo “Very Good” y terminamos nuestra primera y única interacción del día, ¿Qué puedo decir?, mi pasión es mirar clases virtuales mientras busco en Facebook imágenes chistosas. Observo al espanto, y pensándolo bien me gustaría quedármelo. Así pasan los días y nos vamos volviendo amigos; hasta sirvo tinto para los dos mientras charlamos de chismes donde fulanita engaño a zutanito y nos reímos a carcajadas, vemos películas en Netflix; le gusto riverdale y también nos estresamos por trabajos, lo escondo en el closet y mi mama ya ha sospechado que hay alguien en casa; porque mi hermano se lo ha comentado.

Ya no puedo esconderlo más, así que se lo lleve a mi hermano a su closet; quizás y reciba un susto del espanto y así nos deje en paz, pero han pasado semanas e notado a mi hermano mas feliz, y estoy segura de que se el porqué; el ahora tiene a mi espanto.

Ayer viaje en el tiempo de Carolina Álvarez Murillo

Un poco perdida le pregunté a una niña - ¿qué año es? -

La niña entornó sus ojos claros y me dijo -1989-

Tenía un poco de acento. «Debe ser pueblerina y no pasa de los 13 o 14 años; es bastante bonita» pensé. Interesada en saber cuál era la perspectiva de futuro en la gente de antaño, dije amigablemente:

- ¿qué quieres ser de grande? -

Ella sonríe y responde: -Profesora-

Me detengo por un momento, recordando algunos profesores que he tenido, pero más importante aún, en quien nunca pudo cumplir ese sueño. Empiezo a hacer cuentas: nació en 1975, vivió hasta los 13 en Urrao y luego migró a Medellín. Logró graduarse de bachillerato de un colegio exigente, entró a una universidad privada. Su padre le financiaba el estudio, hasta que falleció. Al final no pudo continuar por falta de recursos.

Y a pesar de todo, hizo 4 semestres con promedios altos; ni siquiera estaba estudiando lo que quería y aun así se esforzó mucho. Con dolor, le preguntó:

- ¿Podría saber tu nombre? -

Duda un segundo, pero por alguna razón, responde, confiando en mí -Carmen Elena-



Uno, dos, tres segundos. De repente suena una campana y pierdo el conocimiento.

Abro los ojos, observo mi alrededor. Volví, pero no quería hacerlo. Siento algo húmedo rodando por mis mejillas. Quiero volver y ayudarla, quiero cambiar las cosas, quiero que su vida no sea tan dura, quiero que mi madre sea feliz…

 

Fallo en la Memoria de Daniel Vélez Vélez

Cuando despertó, no recordaba nada. Tras intentar moverse, sintió un agudo dolor en su costado, por lo que se incorporó con cuidado. Cuando pudo pararse y observar el panorama, un profundo terror lo invadió: en medio de la carretera en que se encontraba, casi desierta, yacía junto a él un cadáver. Boca abajo, el cuerpo de un sujeto, con sangre en el cuello y ropas mugrientas, lo dejó atónito. Se tapó la boca, se agarró los cabellos, maldijo al aire e intentó buscar algo que le permitiera saber qué había ocurrido, pero parecía ser que el cuchillo ensangrentado que se encontraba en el suelo había sido el único testigo.

Sintió curiosidad por conocer la cara del difunto, pero aunque deseaba saber qué había pasado, temía que su rostro le revelara una noticia que no quería descubrir. Mientras mantuviera su conciencia ajena al suceso, no podría más que asumir su inocencia. Si bien no recordaba nada sobre sí, sabía que era una buena persona. De ese modo, decidió que era momento de actuar, antes de que alguien pudiera aparecer y suponer algo equivocado. Así, optó por arrastrar el cuerpo sin vida unos metros bosque adentro y esconderlo, para irse del sitio que pudiera implicarlo de alguna forma con aquel deceso, y luego pensar con más calma qué hacer.

Tomó el cadáver por las costillas –asegurándose de no verle el rostro- y, justo cuando lo acercaba a un robusto árbol, quedó inmóvil al percibir la presencia de dos albañiles. Durante un eterno instante, las miradas de los tres sujetos se encontraron, y una profunda desesperación invadió al hombre sin historia. Sin pensarlo, soltó el cadáver con la intención de alzar sus manos, pero estas ya estaban bañadas en sangre.

Cuando los albañiles salieron corriendo, como por instinto, salió tras ellos sin saber muy bien qué iba a hacer. - ¡Alto! –gritaba-, ¡No he hecho nada!, continuaba, ignorando el tono macabro y turbulento que su voz transmitía. “Soy inocente, no puedo dejar que me inculpen”, pensaba con desesperación para sí al mismo tiempo. De repente, se originó el contacto; cuerpos forcejearon en el piso, sangre brotó de los cuerpos.

El hombre sin pasado se levantó, entre lágrimas de rabia, a maldecir lo ocurrido. Para sí, él mismo no había sido más que víctima de la memoria.

Vigilante de María Alejandra Arteaga Álvarez

En una noche fría, Juan se despierta por una chaqueta. Al volver a la cama se da cuenta que la luz seguía encendida, por lo tanto la apaga.

Al otro día le llega una llamada en la cual le comunican que ha causado un gran accidente con 200 fallecidos.

Juan había apagado la luz del faro.

Instantes de una vida de Verónica Mejía Acevedo

Morir no fue la sensación más fuerte que había tenido. Fue lenta y cubierta de una incertidumbre que no se calmó hasta que murió, pero no fue el impacto más grande de su vida. Era paradójico pensar que su muerte fue un hecho insignificante para su vida, pero lo era, porque había vivido tantas emociones intensas con mucha más conmoción que su muerte. 

La primera emoción fuerte que podía recordar ocurrió cuando tenía 3 años, su madre entró por la puerta con su hermano en sus brazos y de un día para el otro su enorme estómago desaparecido cuán si fuera magia. Tenía 3 años cuando sintió por primera vez ternura. Fue una explosión abrumadora en su cabeza, pero cuando vio esa cara arrugada y rojiza se prometió ser el héroe que siempre necesito y pudo serlo.

La segunda emoción ocurrió en alguna semana escolar a sus 15 años. Rompió las mariposas en su estómago cuando vio por primera vez a un chico de ojos marrones. Su corazón latió tan rápido y contundente que sus oídos lo embriagaron con ese incesante pálpito. En ese momento no lo sabía, pero estaba enamorado. 

La tercera emoción ocurrió a los 28 años. Un tiempo largo que pasó entre la universidad y que se sintió como una perdida de sí mismo en función a la vida académica, consiguió un empleo de bajo salario y un apartamento con paredes mohosas que se pudo permitir, pero aquello era suyo y cuando compró por primera vez una pequeña nevera con su salario, el orgullo estallo tan fuerte que despertó años de sentimientos reprimidos. No era la vida de éxitos que siempre planeó, pero le era suficiente para vivir como quería. 

La cuarta emoción sucedió al cumplir 35. Su madre de pocas enfermedades murió de repente. Ella fue longeva en sus tiempos y solía bromear sobre como ninguna vacuna sería más fuerte que sus defensas campesinas. Se encontró con su hermano en el funeral, sin estar muy cerca lloraron en compañía y reconoció que nunca experimentó tal tristeza. 

La quinta emoción ocurrió cuando tenía 46 años. Su hijo, un niño apenas entrado a la adolescencia fue arrollado en la carretera de su escuela, recibió la llamada desde su cómoda oficina en el centro y seobligó a correr por las autopistas hasta llegar al hospital. Y aunque el niño se recuperó sin heridas graves, él solo pudo reconocer el miedo que se aferró por meses. 

Y luego murió, a esa edad donde las canas ya dejaron de crecer. Murió en cama una noche como la mayoría de personas desearían morir, con el dolor escaso y una inconsciencia a penas lograda. Murió, pero podía reconocer que no había sido el momento que más sintió. Quizás ese sentimiento se había relegado al duodécimo puesto de su vida, y aun así, pensó que no era necesario reconocerlo. 

Después de todo, y como dicen por ahí, la muerte es un asunto más de vivos que de los muertos, y a él ya no le importaba.

Autoayuda a las patadas de Andrés Felipe Rendón Arango

Ahí, de pie viendo a un Mí mismo arrodillado y temeroso, perdido en mi existencia; solo visible en un Otro tan externo que no nos diferencia. Tal posición de debilidad que pide ser usada, me exige patear a Mí mismo arrojándolo al suelo, dejándole expuesto, en su lugar más temido. En el más profundo de los sufrimientos Mí jadea y se retuerce sumido en la pena, en sus alaridos se vislumbra un problema; cuál, no puedo saberlo; entenderlo, no es posible; enfrentarlo, ¿quién podría? Solo queda acudir a ese Otro en que veo un Mí desgarrado, aunque tal Otro me desfigure y me cause un dolor casi tan grande como el que Mí enfrenta. No se puede vivir en tal pena.

El más grande de los gigantes, tan real que solo existe ente el tormento mismo, ese gigante llamado Suicido. Y es que cuando Mí se postra frente a tal gigante, su sufrimiento es falta y necesidad del goce más puro y dulce. No lo comprendo, no lo veo, es tan real que no puedo imaginarlo; no soy digno de deleitarme en el seno de ese gigante. Un Mí prohibido de su goce no tiene opción más que odiarme. Me odia y no lo culpo porque lo cohíbo de algo que no entiendo. Pero junto a tal odio surge un deseo, el deseo por la muerte, que solo se consigue a través de la vida. Si esta no es autoayuda para un Yo y un Mí de ocho años, no sé qué pueda serlo.

El cuento que empieza en la nada y termina en el todo de Melissa Ocampo Avendaño

Déjenme decirles que no había nada, absolutamente nada, aunque bueno, pensándolo muy bien la nada también es algo, ¡algo que se puede llenar!!

Y fue tan perfecto y caótico que se salió de control, de repente quarks por aquí y quarks por acá, seis quarks extraños y encantadores, que entre choques bailes y unas cuantas cervezas, con tanto derroche quedaron unidos, siendo ahora neutrones y protones, de lo mucho que se agradaron, bailaron y bailaron esta vez con mucho cuidado, ¡quedando así enucleados!!, y que maravilloso por que así se formaron los primeros átomos, pero debo estar extasiado pues la verdad esto paso en menos de lo pensado, sin embargo todo era muy oscuro, entonces los fotones (unas cositas que tienen que ver con la luz) se desplazaron por todo el universo, y después de mucho viajar y chocarse se formaron las primeras estrellas.

Esos puntos brillantes que vemos bajo la noche fría y oscura, ahí es donde ocurre la magia, donde todo sucede, donde todo es posible, gracias a su energía tenemos 118 átomos, cada uno diferente, diverso, gordo, flaco, tenemos de todo, algunos más brillantes que otros, algunos más reactivos, sin embargo, todos igual de importantes, bueno, aunque unos más abundantes que otros, y uno que otro más canoso y sabio.

Tanta revolución y energía con tantos personajes se agruparon en galaxias, hermosas sí que son, también con tanto gas y polvo, se formaron planetas, donde muchos átomos decidieron vivir, y miren que hermosa decisión, todo estaba en la posición correcta, estábamos cerca de una estrella en el punto exacto, teníamos la temperatura variante perfecta, y no solo eso, uno de los lugares más perfectos para así dar el siguiente paso en la mayoría de los matrimonios, se dio paso a la vida,

Estos mismos átomos están en ti y en todo lo que tocas y miras, lo que percibes y sientes, y ahora ¿te sientes parte del universo?

Soy yo Martina de Valentina Sánchez Cañas

Subía la montaña como todas las mañanas en mi mente transcurría el mismo pensamiento no voy a poder, no soy capaz de seguir, sin embargo, lo lograba. Yo siempre logré todo lo que quise en la vida hasta sin darme cuenta menos vivir, él me arrebato la vida, el amor de mi vida, él que me acompaño por 20 años, él me mato y yo grite, rasguñe, mordí, luche con todas mis fuerzas, pero ello no basto, soy una más en un país que no tiene justicia pertenezco a una cifra, todos creen que lo abandone, que abandone a mis hijos, todos creen que soy feliz.

No luchan por encontrarme porque él los engaño, me mato para ser feliz con ella, me mato a mí y a mis sueños, mis proyectos y mis metas, mato a mis hijos al dejarlos sin su mamá. Yo lo veo todo desde aquí, pero ellos no me ven, les dejo señales, pero ellos no las siguen, no las entienden igual que yo él nunca me pego siempre fue un hombre admirable, un caballero, siempre fue el mejor construimos juntos una familia, un hogar a pesar de que fuimos padres muy jóvenes, estábamos juntos desde los 15 años, a los 17 tuvimos gemelos, pero logramos terminar la universidad, compramos una casa a los 25 y tuvimos una hija, éramos una familia de portada, logramos muchas cosas en un muy corto tiempo en un país de tercer mundo donde el día a día es cuestión de sobrevivir.

Algo en él cambio comenzó a gritarme, me hacía sentir fea, que no valía nada, empezó a decirme que era muy poco para él, pero yo lo amaba mi pecado más grande fue amarlo y lo ame más que a mí misma, nadie lo sabía o al menos eso pensaba yo, él ya no me amaba, él la amaba a ella, él quería estar con ella y me mato por amor a ella, por una mujer que era casi perfecta, dejo una carta con mi firma donde afirmaba que iba en busca de nuevos aires, que necesitaba un tiempo todos lo creyeron, ella lo consoló y al año de mi muerte se fueron a vivir juntos, mientras yo ya era huesos y polvo él era feliz, era porque me encontraron, era porque no existe un crimen perfecto ni felicidad completa.

Encantada de Ana María Giraldo Flórez

Son las 2 de la mañana y aún no concilio el sueño. Todo está oscuro, siento el calor de su cuerpo a mi lado, si tan solo el supiera lo que siento por ti. La única cosa que pasa por mi cabeza es ¿me quieres? Han sido días difíciles, de sonrisas fingidas, de conversaciones forzadas, lo único que me reconforta es el pensar en poder volver a sentir el dulce calor de tus labios sobre mi piel.

Al despertar él ya se ha ido, corro a la ducha impulsada por la emoción de verte otra vez, faltan muchas horas, pero no puedo negar lo que siento por ti. Le escribo una carta con lágrimas en los ojos, no puedo seguir sosteniendo esta mentira y le confieso todo. Le entregué lo que nunca podré entregarte a ti y no merece este acto de cobardía, pero estoy huyendo de su vida, dejando todo atrás por un deseo incontrolable. Le confieso que aún lo amo, porque lo amo, le dejo saber que estaré para el cuándo me necesite, sin embargo, no hay amor que una a nadie eternamente y sé que no me perdonara haberme entregado a otra piel.

Al entrar a la oficina recibo tu mensaje, ya la habías dejado, todo estaba solucionado, a partir de hoy no tendríamos excusas, pasaríamos una última noche aquí, en nuestro escondite, donde tantas veces nos hicimos uno, luego, partiríamos a recorrer el mundo y cumplir todos nuestros sueños. Te respondí que te explicaría después lo que hice, te dije que mis cosas estaban en el carro, confirmaste lo mismo de las tuyas y quedamos de vernos en la misma habitación, en el mismo hotel. Al salir del trabajo nunca pensé lo que me esperaría. Mi último día en la oficina fue muy sentimental, mis compañeros siempre fueron excelentes colegas y sus abrazos reconfortaron el dolor de lo que estaba dejando atrás.

Fui la primera en llegar, la recepcionista supo que habitación entregarme, pagué la noche para subir a esperarte. Al llegar a nuestro lugar recibí tu llamada, llegabas tarde, no habías podido terminar tu último día de trabajo a tiempo, no sospeché nada, me recosté y me quedé dormida unas horas, desperté esperando encontrarte a mi lado, no era así, pero encontré tu mensaje que ya estabas en camino.

Te vi entrar a la habitación luciendo de una manera que nunca conocí en ti, tu respiración agitada, tus ojos oscuros y desorbitados, tus labios apretados y tu pelo desordenado, no dijiste nada, solo te quedaste ahí, mirándome fijamente. Pasaron unos segundos antes que pronunciaras palabra, yo solo podía sentir miedo al verte así. Sacaste el arma y me apuntaste, dijiste que me amabas, pero que no podías dejarla, que preferías perderme a mí que perder lo que ya tenías con ella, lo último que escuché fue los disparos, luego me empezó a arder el pulmón derecho, me faltaba el aire y me empecé a ahogar. Fuiste directamente a la puerta, me miraste con dulzura y vi como tus labios pronunciaban un te amo. Solo espero que él, mi verdadero amor, cobre venganza de mi partida. Ojalá algún día pagues este crimen y yo deje de lamentarme haberlo dejado por ti.

Lamentaciones de un primíparo en pandemia de Juan Esteban Sánchez Pulgarín

No recuerdo mucho de ese lugar; en ese tiempo no le daba tanta importancia, pero si recuerdo cuán grande era, estaba tan lleno de gente. Hoy puedo decir que estudio en la mejor universidad de Colombia, sin embargo, solo he visto fotos y círculos en una pantalla; mientras habla alguien del más allá. Todas las noches me imagino cómo será el primer día; disfrutaré perderme buscando mi salón de clase.

La hoja en blanco de Yivana Ruiz Lora

Tengo en mis manos una fina y delicada hoja en blanco, cada vez que la miro todo se nubla y quedo en blanco.

Es imposible imaginar palabritas que sobresalgan y resalten como una obra de arte en un hermoso lienzo, creo que no soy capaz de imaginar y plasmar en ella algo que pueda despertar felicidad o tal vez tristeza y ganas de llorar. Lo único que quiero es que haga despertar en un mundo de emociones que trasporten como el artista a sus admiradores.

Pero no encuentro la inspiración para que esa hojita en blanco se llene de palabritas y colores. ¿Que podría faltar me pregunto?, sé que sencillamente es la inspiración, pero no la encuentro, no la hallo. Busco en mi cabecita, en mis recuerdos más profundos, cuando solo quería ser grande y me imaginaba la vida llena de colores, ahora debo plasmar palabras y no encuentro las palabras ni la inspiración para convertir esa hoja en una obra de arte.

Cierro los ojos y me pongo a imaginar que es lo que llena mi vida de colores, que es lo que me saca de ese mundo a blanco y negro del que muchas veces eh estado, que necesita esa simple hojita más allá de la inspiración, más allá del entusiasmo, para poder despertar la emoción al que quiera leer.

Sencillamente es escribir de corazón, con alegría, con inspiración y con mucho optimismo llenar ese mundo blanco de color y contagiar a los que están alrededor, tornando todo como algo mágico y único. Así terminé mi escrito y ahora puedo decir, que orgullo fue.

Saliendo de la nada de Luisa Maria Carmona Arias

Linda era una niña de cabello largo y color castaño oscuro, de estatura baja, delgada y de cuerpo esvelto pese a que solo contaba con cinco años; aunque su comportamiento se asemejaba al de una niña como cualquier otra, tenía un rasgo muy particular. Era ciega; debido a su discapacidad y aunque su familia intentaba tratarla como a cualquier niño, lo cierto era que con el ánimo de evitarle lesiones físicas diseñaron un mundo lleno de juguetes y tanta diversión, de modo que Linda nunca se preguntara qué había más allá de las puertas de casa. Pero un día esa burbuja en la que vivía se rompió; pues con los cinco años que ya tenía cumplidos, llegaba la etapa escolar. Así que una fría mañana del mes de marzo, Linda y su madre salieron muy temprano de casa y llegaron a la que le dijeron iba a ser su escuela; durante los primeros minutos que la niña vivió allí, solo tenía preguntas acerca de cómo era el espacio y qué había fuera de esa habitación donde se encontraba, ya que ella por su cuenta no se atrevía a salir por temor a caerse o lastimarse. Pues para la niña todo lo que allí había pertenecía a lo desconocido. Cuando su madre se acercó y la abrazó para despedirse, ésta llena de temor por no saber qué iba a pasar, se abrazó con sus pies y manos fuertemente a ella y empezó a llorar desconsoladamente. Por más que sus nuevas profes intentaban separarla, no lo conseguían porque Linda para su edad tenía una gran fuerza. Así transcurrió la primer semana de Linda en su escuela entre lloriqueos y pequeños arranques de valentía en los que con sus manos sobre la pared recorría lentamente aquel espacio tan ajeno; a la semana siguiente y viendo que su proceso avanzaba sin mayores tropiezos, le regalaron un objeto blanco, con dos tapones en sus extremos y con un resorte en la parte de arriba al que llamaron bastón y le explicaron sería su fiel compañía por el resto de su vida; para ella, la adaptación a este elemento no fue fácil, reusándose a tener contacto con el, pues se negaba a entender que ese palo tan feo hiciera parte de sus días. Cuando la profe encargada de este proceso le proponía ejercicios para aprender su uso, ella lo hacía a un lado y se agredía físicamente negándose a utilizarlo; esta situación no cambió hasta que un día mientras confiada caminaba por su escuela, olvidó la existencia de unas escaleras por las que rodó y se lastimó varias partes de su cara quedando así llena de moretones. Como ella era tan vanidosa, esto no le gustó; entre sollozos preguntaba una y otra vez al cielo el porqué era ciega. recordaba aquel desagradable suceso con tanta angustia que tomó su bastón y le prometió no abandonarlo jamás, al punto de que hoy son inseparables, siendo el cómplice de sus grandes aventuras y quien le muestra todos los días esa nada a la que salió con tanto miedo y que está llena de objetos extraños que hoy esquiva fácilmente gracias a su incansable apoyo.

De chocolate a almidón de Camila Prado Armenta

Los deditos de Susanita tenían distinto sabor;
el pulgar sabía a ron,
el índice como a un fresco melón.
El anular sabía a puro chocolate
y el meñique a macarrón.



El problema de Susanita era en el corazón,
que ya tenía sabor rancio y a almidón.



El tiempo de la dulce Susanita
al fin se terminó, tornando sus rosadas carnes en marrón.
Cuando su captor lo notó, ya no sonrió,
pues cena no tendría
más de cacería sí se iría.

Preguntas al Señor Luna de Edith Johana Medina Hernández

En una noche de luna llena

* ¡Señor Luna!, ¡Señor Luna!
- Dime pequeño felino.
* ¿Tu eres es Dios?
- ¿Por qué crees que lo soy?
* Porque todas las noches estás en el cielo mirando a la tierra.
- Michín, no soy Dios, aunque sí puedo contemplar a diario la tierra.
* Señor Luna, aunque no sea Dios, ¿podría ser mi amigo?
- ¿Por qué quieres que sea tu amigo?
* Porque podrías ayudarme a encontrar a mi mamá -La Gata Mandraca-. Dicen en mi callejón que al extranjero migró y solito me dejó, aunque no sé si fue que del virus murió y no la vi cuando partió.
- Cuenta conmigo Michín, seré tu amigo, la buscaré desde el firmamento!. Sabes, se me ocurre pedirle ayuda a las estrellas, ellas también vigilan las noches, iluminándolas con sus destellos de luz.
* ¡Que buena idea señor Luna!. Puedo preguntar ¿cuántas estrellas hay en el cielo?, ¿son más que los gatos en la tierra?
- Uhm… no he contado todos los gatos de la tierra, pero las estrellas son más de 200.000 millones en la vía láctea. ¿Por qué lo preguntas?
* Sólo para imaginarme cuántas de ellas podrían ayudarme, porque otros amigos ya me están colaborando:
Rin Rin Renacuajo°, la buscará en la francachela y la comelona que habrá en la casa de doña ratona. Sammy el heladero°° hablará con el león del helado de limón, con el tigre feroz del helado con arroz, y con el elefante del helado gigante. Y la serpiente de tierra caliente°°, la buscará en sus viajes a tierra fría, cuando va a comprar zapatos o a la peluquería.
- ¡Excelente Michín, sé que buscarán y la encontrarán!

En cuarto creciente

- Bruja Loca°°, Bruja Loca, ¿Has visto a Michín?
** Señor Luna, es un placer escucharlo. ¿Ya ha decidido ayudarme a recordar mi magia?, la que todos dicen que ya se me olvidó…
- No, en realidad sólo quiero ubicar a Michín, el felino chiquitín parlanchín que vive en tu calle, la calle 22.
** Ha sí, lo conozco, todas las noches busca a la Gata Mandraca. ¡Pobre inocente, no debería insistir, porque no ha hecho más que sufrir!
- ¡Por eso es que no resultan tus conjuros!, hazme el favor, si ves a Michín, dile que tengo noticias que lo harán llegar a su fin.

Al entrar la luna nueva

* Señor Luna, anoche cuando salió la bruja y al paramó trepó, me contó que usted le habló. Ya la encontró?
- Si Michín!. Sirio, la estrella más brillante del cielo nocturno, la escuchó maullar junto a las laderas del rio magdalena, allí donde peina su melena la iguana de la ruana de lana°°. ¡Corre a buscarla que habrás de encontrarla!
* ¡Señor Luna, con esa notica me hace feliz como una lombriz!....Uhm..., pero, para ir allá, ¿debo pasar por el Bosque de la China, donde la chinita se perdió?
- … ♫ Era de noche y la chinita tenía miedo, miedo tenía de andar solita ♬ … ¿No me digas que ahora el miedo lo tienes tú?. Después de tanto valor, escuchar esto es desalentador!
* Tiene la razón señor Luna. ¡Iré, la buscaré, la encontraré y ya le contaré!
- ¡Eso es mi chiquitín, tin, tin!

Y este cuento ha llegado a su fin.

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° Personaje del poema El renacuajo paseador del escritor colombiano Rafael Pombo.
°° Personajes de canciones infantiles compuestas por Marlore Anwandter.

Franco y el Fuego de Simón Álvarez Velásquez

Es posible afirmar que los humanos tenemos la necesidad de amar algo. Si el individuo no tiene ese "algo", porque no está cerca de él o porque no lo ha descubierto aún, siente un vacío, una necesidad que no es capaz de describir.

Franco nunca había pensado en eso. Cuando llegó a la nueva isla donde viviría se dispuso a explorarla. La curiosidad también es una característica muy humana. Después de un tiempo encontró algo que hizo surgir en él el amor y nubló su razón. Quiso entonces estar a su lado. Se tumbó muy cerca y se quedó allí. Sentía una gran felicidad.

Los días se volvieron noches y las noches días. Franco comenzó a sentir un gran dolor. Era como si un gran número de diminutos guerreros atacaran todo su cuerpo con afiladas espadas. Pero su amor hacía que el sufrimiento valiera la pena. Además, con su conciencia suspendida, no se preguntaba sobre la naturaleza de ese "algo" ni sobre la causa de su dolor.

Un fuerte viento sopló en la isla y él, debilitado, no pudo evitar ser lanzado hasta un islote vecino, quedando inconsciente por el golpe. Cuando despertó quiso volver a donde eso que amaba. Pero se percató que tenía grandes heridas. Deseó morir.

Comenzó a llover. Eso lo tranquilizó. Reflexionó. Surgieron en su mente preguntas sobre lo que había sucedido. No entendía nada. Se levantó y miró hacia la isla. Con su razón plena se dio cuenta que ese "algo" era un Fuego hermoso e inextinguible. Franco lo seguía amando pero ahora sabía que estar cerca de él le hacía daño. Esto le produjo una gran tristeza. Su cuerpo tenía muchas quemaduras que le producían bastante dolor. Mientras más lejos estuviera del Fuego más fuerte se volvería. Comenzó a fabricar un barco. Su viaje debía continuar.

Aunque sus heridas sanen y descubra nuevos y maravillosos territorios, en algún lugar de la mente de Franco siempre estará la imagen de ese Fuego ardiendo, hermoso, eterno e incorruptible.

Soledad de Mariana Echavarría Jaramillo

Viendo su imagen en el mismo vidrio polvoriento, volvió a gritar. Nadie escuchó las veces que gritó a todo pulmón a través del espejo para hacerles saber que estaba allí, esperando ser libre otra vez. No le veían. A veces no veía ni siquiera su propio reflejo dentro de la oscuridad perpetua en la que se encontraba. Pero aun así, volvió a gritar.

Cada vez que se asomaba al espejo, recordaba la última vez que alguien le había visto. Así como cada vez, la esperanza de que alguien volviera a escuchar sus súplicas se volvía más pequeña. Gritó una vez más, destrozándose la garganta con un aullido desesperado al tatar de llamar a alguien del otro lado una vez más. No había nadie, se quedaría en ese lugar vacío. Al final se dejó vencer por el cansancio, y cuando sus ojos se llenaban de lágrimas, escuchó a alguien entrar “¡Estoy en casa Lucas! ¿Quién es el perrito bueno que me esperó aquí solito? ¿Quién, Quién?”

Perpetua Utopía de Juan Pablo Gómez Reyes

Posa. Sonríe. Pretende.

Una ciudad perfecta cubre mi mirada. Igual que todos los días, este escenario tan simétrico como balanceado se ve simplemente hipnotizante, dedico una cantidad de tiempo que tengo completamente memorizada a apreciarlo, tras lo cual continúo la misma rutina que ha dictado los últimos meses de mi vida.

Una rutina eficiente, simple, efectiva, perfeccionada por constante repetición, con ningún margen de error. Me encuentro con los mismos rostros de todos los días, en sus mismas posiciones, dedicando instantes de nuestras vidas a saludos mecanizados, repetidos. Todas nuestras acciones conforman una sincronía inmaculada.

La apariencia de esta ciudad es inalterable; los mismos rayos de luz son reflejados en vidrios meticulosamente colocados, iluminando las cristalinas superficies sobre las que caminamos: nada escapa de la vista, no hay sombra en esta ciudad que no haya sido cuidadosamente colocada, milimétricamente perfeccionada para crear una bella composición.

¿Bella? Pero si en esta ciudad no llueve.

Un ligero lapso de reflexión parece invadir mi mente, sin embargo, recupero mi compostura sin tan siquiera sacudir mi cabeza, alterar mi posición arruinaría la prestigiosa imagen que todos hemos logrado con tanto empeño.

¿Empeño?

Me concentro en los hermosos sonidos que me rodean, una sinfonía de la cual hago parte, cada paso que tomamos, cada latido que retumba en las vacías paredes de esta ciudad, crea una imagen sinestésica imposible de igualar.

Una sinfonía sin fin.

Una… sinfonía que se repite. Perfectamente equilibrada. Tan hermosa que no necesita ningún cambio… ¿O es que no acepta ningún cambio? El temor invade mi cuerpo ¿Se estarán mostrando mis emociones? Necesito que mi rostro permanezca igual que todos los días, esta ciudad necesita todas las piezas en su lugar.

Aun así.

El inaceptable pensamiento simplemente no da abasto, por más que lo intente sofocar. La obra maestra que todos conformamos ha sido perfeccionada a más no poder, todas las variantes han sido consideradas, todos nuestros sentidos funcionan en armonía permanente. Este es el resultado de años y años de crecimiento, entonces…

¿Por qué nadie está sonriendo?

¿Por qué este hermoso escenario repentinamente se siente tan vacío? ¿Por qué estas miradas prediseñadas a las que tan acostumbrada me encontraba, se sienten tan penetrantes? ¿Por qué la acogedora luz que ilumina los más recónditos lugares de este sitio se siente tan pesada? La cacofonía repentina que invade mis sentidos hace prácticamente imposible mantener mi fachada. En esta mascarada yo soy la muerte roja… pero mi máscara no es mi piel.

Mi mente toma control.

Una acción inaceptable. Algo que va en contra de todo lo que he aprendido durante mi vida, algo que causaría el repudio total de cualquiera que dirigiese su mirada en mi dirección: Giro ligeramente mi cabeza para ver a mi alrededor. Una acción tan pequeña, tan mísera e insignificante, abre mis ojos a una horrida verdad.

Esta ciudad está vacía.

El soplo divino de Pablo Antonio Sueche Kanube

Vivía una familia en el bosque; el padre, la madre y sus dos niños, el mayor Ukudo (luciérnaga) y su hermanita Fibui (luna). Una mañana como de costumbre los padres tenían que salir al rebusque, el padre le dice al hijo:

-Hijo! Tengo que acompañar a su madre a la chagra, luego voy de cacería un poco más lejos cuide a su hermanita y no atiendan a ningún extraño.

- Bueno papá, le responde Ukudo. Estaremos esperando.

Los padres se marcharon, los niños se quedaron en casa encerrados, así transcurrió la mañana y solo habían comido un poco de fariña (granos) con caldo. Después de mediodía sobre las 3 de la tarde Fibui tenía bastante hambre y empezó a llorar, lloraba más y más, en ese silencio del campo el llanto de la niña se escuchaba lejos sollozando de hambre. Ukudo intentaba calmar a su hermanita, pero sin resultado, cuando de momento escucharon la voz de una anciana tan cerca, que a su vez tocaba a la puerta cuestionando;

¡Hijos!, ¿porque están angustiados, y su hermanita llorando?

Ukudo con el rostro triste padeciendo también de hambre le responde;

-Mi hermanita está llorando de hambre y mis padres no están.

La anciana le dice;

-No se preocupen niños aquí traigo una sarta de ranas, solo falta cocer.

Entonces la anciana le pidió que prendieran fuego bajo el caldero, Ukudo el mayor asintió con la cabeza le dice a Fibui que le ayude. Se acercaron al fogón y ambos se agacharon a meter leña y soplar bajo el caldero para que prendiera el fuego, así durante unos minutos hasta que prendió, la llama se esparcía sobre el caldero. Cuando de momento reciben un totazo y fuego dentro los metió. Los niños cayeron bajo el caldero, y calcinados la anciana los come, dejando sus restos a horilla del fogón. La anciana escucha las voces de los padres a cierta distancia y emprende su huida, corre apresuradamente por camino contrario, pero justo se topa con el padre de los niños. Este siendo un sabio con poderes extraordinarios se percata de que no hay respuesta de los niños a los gritos de su madre, que venía de la chagra por camino contrario. Detiene a la anciana y cobra venganza, le da un garrotazo en la nuca y la anciana cae inconsciente, luego con los poderes espirituales del tabaco y el mambe (dosis medicinal), aprovecha para cegar su conciencia y matarlo. El espíritu le dice que la anciana era un diablo que tomo esa apariencia comerse a los niños. Al llegar a casa, ve los huesos tirados a horilla del fogón, con gran angustia los recoge, los pone junto, luego con su expresión predilecto de tristeza, voltea la mirada a su esposa y le dice:

-Mujer no te preocupes, siempre estarán entre nosotros, y serán libres… se hace junto a los huesos, toma su tabaco, un poco de mambe se arrodilla y ejerce sus poderes para la transición de las almas, echa un soplo divino sobre los huesos y lo avienta al aire... y así sus almas se reencarnaron en unos faisanes, que con su melodía matutina traen recuerdos y llenan de felicidad a sus padres.

La unión siempre da frutos buenos de Francisco C Yepes Rodríguez

Era una abeja reina con su colmena instalada en una alejada vereda de un municipio muy antiguo. Aunque la colmena producía buena miel, los productos del bosque cada vez escaseaban más, debido a la continua deforestación y a las sequías provocadas por el cambio climático. Las aguas de las quebradas también se mermaban y permanentemente las aves y otros animales de la fauna tenían que abandonar el territorio, por la escasez de alimentos.

Muchos campesinos se marcharon al pueblo cercano, porque la aridez de los suelos no les permitía producir las abundantes cosechas que obtuvieron sus antepasados indígenas

La abeja reina preocupada por la grave situación reunió a sus colaboradoras y les llamó la atención con las siguientes palabras:

- Llevamos habitando este territorio desde hace unos 10 años y aunque nunca nos ha faltado nada, en los últimos años padecimos la muerte de muchas de sus compañeras, debido a la aplicación de insecticidas en los cultivos, a la escasez del agua, los calores intensos de algunos años y falta de flores con buen polen y bastante néctar.

- Estamos amenazadas, agregó la abeja reina.

Una de las jóvenes obreras que escuchó atentamente el comentario de su madre reina, intervino:

- Es una gran verdad y a todas nos debe preocupar. Cada vez debo desplazarme más lejos y subir a las copas altas de los árboles que están en la orilla del río para obtener polen y néctar con mucha dificultad. ¿No será oportuno conversar con nuestros vecinos los conejos, antes de que se marchen por falta de comida?

Las demás hermanas contestaron en coro:

- ¡Qué buena idea!

La abeja reina intervino nuevamente al escuchar el entusiasmo de sus hijas y les comentó lo siguiente:

- La unión hace la fuerza. Hace más de 10.000 años, los primeros humanos trabajaban en mingas, convites y llevaban a cabo muchas obras de infraestructura en las veredas y entre todos, cultivaban la tierra para que no faltara la comida para la comunidad.

El conejo y su familia acosados por una situación similar aceptaron la invitación. Se reunieron en un pequeño bosque que adornaba el nacimiento del único arroyo

- Nuestro compromiso es el siguiente, anunció el conejo mayor. Todas las semillas de las frutas consumidas las llevaremos hasta los rincones más alejados y las dejaremos bien sembradas. Nos aliaremos con los pájaros Mayo que comen de todo, para que, con sus ágiles vuelos, lleven las semillas de las frutas consumidas por su familia, a los nacimientos de las quebradas agonizantes y ayuden con este trabajo comunitario, a la reforestación con plantas nativas. Podremos hacer este trabajo con dedicación, entusiasmo y sin peligro, pues los perros cazadores se marcharon al pueblo con sus amos.

Las abejas agradecieron el respaldo de sus buenos vecinos. La reina resumió la colaboración de su grupo con las siguientes palabras:

- Aportaremos el polen, el propóleo y la miel que requieran los más necesitados. Por algo somos de la comunidad de las ANGELITAS.

Utópico amor de Mariana Quintero Castañeda

Hace mucho tiempo en un lugar no tan lejano existieron dos personas en medio del caos que se unieron y lograron que todo lo malo desapareciera. Un día sus miradas se cruzaron, otro día hubo una sonrisa recíproca, otro día inició una conversación, otro día hubo una primera cita, al siguiente día una dedicatoria de canción, una canción de un género musical que no era el más apropiado a sus gustos musicales, pero se convirtió en la canción más retumbante en sus cabezas, cada que sonaba, espontáneamente se dibujaban sonrisas resplandecientes en sus rostros. Otro día se convirtió en un mes, y un mes se convirtió en un año, y un año en dos y siguió la cuenta, dos años ansiaba locamente convertirse en una década. Después de su unión todo se sentía como con aroma a rosas, nada era de color gris, incluso se imaginaban un futuro juntos tomados de las manos y con retoños a su lado como frutos de aquel hermoso amor. Pero al otro día, apareció un disgusto, al siguiente indiferencias, luego apareció el orgullo, y trajo consigo al silencio, probablemente llegó traición de la misma manera que los anteriores. Un día aquellas dos miradas se encontraban perdidas, aquel amor que un día nació necesitaba respirar, aquellos cuerpos agotados necesitaban un descanso. Tal vez aquella burbuja de amor que los envolvía se estalló, haciéndolos aterrizar en la realidad posada a su alrededor, y al no saber llevar los nuevos acontecimientos no tan buenos, su amor se marchito o simplemente había llegado la hora de culminar su historia porque así el destino lo tenía preparado. Un día después apareció una reflexión que despertó a diálogo, acuerdo y solución. Al día siguiente dos miradas despertaron libres, avizorando el horizonte, cada una por su camino. Pues se dieron cuenta que cuando aparece daño acompañado de heridas en una relación, lo mejor es no ser egoístas, soltar y dejar ir, abandonar los rencores y así poder avanzar en sus proyectos individuales, crecer como personas y ser mejores de lo que fueron el día anterior.

Carellanta o el guardián del fuego crepuscular de Carlos Andrés Cardona Molina

Camino a vencer la montaña partimos.

Siendo casi medio día el calor recrudecía y de fiero cansancio rabiábamos.

Llegando a la cumbre, superando un recodo preocupantemente empinado; como postal de un alucinante atardecer, se abrió a la vista, a no pocos metros, una colorida casa atiborrada de improvisados materos.

Solicitamos permiso para descansar allí.

Ya sentado, abriendo mi moga -suculento fiambre que me hacía chillar la tripa con solo imaginarlo en mis fauces voraces- de repente un canturreo.

Agucé mi mirada.

Desde la cresta del monte, donde se atisbaba la continuación del camino que abre paso a tupidos boscajes: pequeña silueta, machete al cinto, pantalón roído, botas pantaneras, robusto cuerpo con cabeza grande y redonda, niño de inmensos saltones ojos y regordetes cachetes.

Traía al hombro un atado de leña que, al lado de una especie de círculo formado de menudas piedras ovoidales, descargó de inmediato mirando, a manera de hacer contabilidad en la mente, otros cuantos leños dispersos.

Ensimismado, comenzó a organizar las pequeñas ramas secas al interior del pedregoso aro, cual si se tratase de un jaibaná Emberá.

Abrí pequeña bolsita de caramelos, el niño abrió grande sus ojos. Le hice un llamado indicándole el mecato, se dejó venir cuan rápido tiró los maderos secos que sostenía.

- ¿Para qué recoges tantos leños?

-Para encender fogatas cayendo la tarde, respondió la dueña de casa. Por acá se prepararon los últimos intentos de asaltar el pueblo. Crearon una especie de cuartel y se atrincheraron aquí unos, mientras otros un par de kilómetros abajo, repelían la avanzada del ejercito que había sido advertido; oscureciendo, quedamos entre fuegos cruzados, escuchábamos únicamente el tronar de las balas y sólo veíamos destellar atroces ráfagas de metralla. Desde ese día, azarosos espantos le visitan, al caer la tarde, apura avivar alguna llama o luz porque teme volver a ver el entorno cruelmente obscuro como fue aquella noche. Haciendo de vigía, se convence que todo trascurrirá en orden y va quedando dormido.

No sentí licencia para decir algo al respecto ¿Qué iba a saber yo de heridas tan verdaderas y viscerales? (cuando mucho, mi mayor sufrimiento habría sido llorar por aquella que un día partió sin un adiós) guardé silencio por un minuto. Recordé la lección que invita a la prudencia: “Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita”.

Ensayé otras peguntas, movido más por la necesidad de intentar sacar esas imágenes del instante. No se trató en absoluto de negar o disimular aquella realidad. Indagué mejor por algo promisorio, que me hiciera sentir alivio al pensar que habría un futuro esperanzador para aquel pequeño:

-Y vos ¿estudias? ¿vas a la escuela? ¿sabes leer?

-Sí, yo estudio, apenas estoy aprendiendo a leer y voy a la escuela a jugar jútbol.

- ¿cómo es que vos te llamas?

-Mire le explico mi nombre: mi amá me dice José Rogelio, pero yo me llamo es Carellanta.

Anaerobio de Alejandro López Ortiz

Era el fin. Había subido demasiadas escalas durante las últimas horas contemplando la posibilidad de alcanzar una salida que le permitiera respirar aire puro. Ninguno de los treinta pisos o mil quinientos sesenta escalones le habían regalado un solo soplo de oxígeno. Aquel oscuro y apocalíptico edificio no se parecía a nada que Él hubiese visto antes. Incluso intuía, con algo de suspicacia, que se encontraba en otro planeta por la vaguedad de aquel lugar: sus pulmones no lograban metabolizar el aire que ingresaba en ellos. Y aunque sentía que la hipoxemia pronto apagaría por completo el motor de su vida, no entendía aquella extraña vida anaeróbica que lo había invadido y lo mantenía en ese desconocido estado de hibernación. Una muerte en vida para Él, que estaba acostumbrado a vivir con la vitalidad juvenil que le permitía trotar quince kilómetros diarios.

Horas antes, cuando despertó en aquel edificio y evaluó sus alternativas, había decidido ascender uno a uno cada piso hasta la azotea, buscando un sencillo soplo de aire. Entendió, piso a piso, escala a escala, que soportar cada golpe que producía la falta de oxígeno en su cerebro y tórax lo hacía dueño de ese lugar; y a la vez, cada minuto que lograba sobrevivir el edificio lo convertiría en un mueble más de sus treinta pisos.

Al llegar por fin a la azotea, descubrió que aquel lugar no se parecía a lo que había soñado en ese largo trayecto. Había derrotado sus miedos, vencido su incapacidad física, humilló el deterioro mental y sin embargo se encontraba allí, solo, frente a un universo de estrellas, un cielo oscuro inerte que le recordaba la belleza del universo y la poquedad de su mundo. En contraposición, tenía sesenta y seis metros de abismo, del que lo separaba solamente unos oxidados hierros forjados de color verde, curiosamente, su color favorito.

Supo de inmediato, al acercarse a ese verdoso hierro y mirar hacia abajo, que el edificio había ganado la batalla. Había sido derrotado en una guerra que en sus planes tenía esperaba ganar. Había aceptado con humildad la humillación de sentirse doblegado y especialmente, amaba no haber arrastrado a los suyos a ese oscuro edificio que había construido en su mente, palmo a palmo, durante su niñez y su juventud. Hoy, secuestrado por su propia creación, había aceptado la derrota en el mismo instante en que inclinó sus manos hacia el hierro.

Tras un largo suspiro, saltó. Sabía que la libertad tenía consecuencias fatales. Los segundos antes de la muerte, recordó que era un digno perdedor. En su lucha había sido incauto, dubitativo, rencoroso y sin embargo, con un gran corazón. Pero tras su muerte entendió, que tal vez, su mayor éxito, fue no propiciarles a otros, derrotas. Pero ya era tarde, su corazón había dejado de latir.

Sólo yo de Jhon Alexander Ríos García

Tus padres han salido al pueblo. Estás solo y llegan a tu mente, como si fueran extrañas pinturas exhibidas en la calle, los recuerdos de toda una vida entregada a ningún propósito. El vacío se apodera de tu alma y te cuestionas de forma exaltada: - ¿Quién le da sentido a todo esto? ¡¿Quién le da sentido a la vida?! -.

Sales al patio de tu casa pensando que un poco de aire te ayudará a aclararlo todo. Observas las montañas y el cielo del atardecer repleto de pájaros, el ambiente que crean sus trinos hace que pierdas el sentido del tiempo y sólo miras absorto este espectáculo.

Algo dentro de ti grita: - ¡Ya tienes la respuesta! -

- Únicamente veo algo que a mi parecer es sublime - piensas.

- Exacto - responde, apaciblemente, aquello dentro de ti.

Acertijo de Juan Carlos Banquez Cabarcas

Esa noche, estuve en mi bar favorito disfrutando de un whisky con soda en las rocas porque me ayudaba a mantener la compostura; luego de un largo trago, la puerta se abrió, un hombre viejo entró con recelo al lugar y me miró diciendo: ¿es usted Martín?, asentí y el viejo me entregó una nota que tenía en relieve algunas letras doradas, con el papel en mano tomé mi sombrero de fieltro y me desvanecí en la oscuridad.

Al siguiente día encontré un sobre azul en mi regazo, lo abrí y descubrí algunas notas junto con una placa roja y redonda, luego de unos minutos caminé hacia la entrada de la estación donde la esperé toda la noche en vano, bajé hasta la esquina que rozaba la calle de la bahía para sentarme en el pequeño restaurante mientras se veía amanecer y pedí lo de siempre sujetando el circulo rojizo con la esperanza de encontrar respuestas.

Una hora después descifré algunas letras que indicaban la dirección de un antiguo parque acuático. En compañía de la luna revivía los instantes que pasé durante mi juventud en ese viejo lugar, un destello misterioso formaba un pequeño sendero que lentamente me llevaba a mi destino, una voz conocida resonó a la distancia y pude verla.

La imagen de ella inundó la pared, sollozando y contando su historia, luego de un rato llegó la quietud y apreté mis puños añorando una lagrima que zafara el nudo en mi corazón; finalmente entendí porque me llevó hasta allí, debía resolver una serie de acertijos para descubrir donde estaba ella, no sabía la razón, pero sentía que quedaba poco tiempo.

Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, me obsesioné con ella y terminé como un vagabundo loco conocido por contar números extraños en el parque, durante el último gran rompecabezas tuve una epifanía y tracé fuertemente el último dígito, grité de emoción cuando en todo ese desorden se podía calcular las ultimas coordenadas.

Llegué a un claro oscuro, me senté y cerré los ojos sintiendo el dulce toque de un susurro como la de una brisa otoñal que decía: aún es muy tarde. Una sensación suave en mis labios junto con un aroma familiar me despertó de mi ensoñación, era ella, un estruendo sonó y no pude abrir los ojos o sentir mi cuerpo, solo después de una eternidad desperté en un bar y un hombre viejo entraba lentamente, sudor frio empapaba mi espalda y mi respiración se agitó. Maldición, susurré, esta es la tercera vez.

La Ilusión de un beso de Brisned Alberto Ladino

Han pasado ya bastantes auroras. ¡Muchas! de hecho. Ella era tan hermosa, así la veían mis ojos. La veía tan rubia, mientras me veía tan negro; la veía alta como un ave en pleno vuelo, mientras yo me veía chico y rastrero, como un zorrillo en el desierto. Esos ojos claros, verdes como el agua marina, se enfrentaron a mis ojos rojizos como el fuego.

¡Qué choque aparatoso! explosión de amor y desvelo; aquel cabello largo, rubio ensortijado, me enredó como una red, me atrapó como un anzuelo.

Recuerdos vivos, latentes de su blusa rosa, cubriendo su esbelto y delicado cuerpo, su pantalón blanco delineaba sus piernas largas y delgadas.

Me había enamorado en el acto, de su piel blanca y de sus labios rojos. ¡Cómo! Tanta belleza en una sola pieza. ¿Cómo la escultura viva, vive frente a mis ojos? ¿Cómo mis ojos vivieron para verla?

Decidí entonces tomar fuerzas, me llené de orgullo y valentía. Mi alma se lanzó sobre ella, me acerqué mirándola de manera fija y sin mediar palabra tomé su mano. Temblando, claramente no podía controlar tremendo flujo de adrenalina; mientras ella callaba con su mirada un sí profundo me decía, la tome por la cintura, atándola fuerte contra mi pecho, entonces allí el amor de ambos llenó de luces y melodías nuestro mundo, que nos miraba y se estremecía.

Bailamos entre las nubes extasiados de mirarnos, de amarnos, de encontrarnos, de desearnos, de vivirnos uno al otro, de decirnos sin palabra que el universo era chico, que no había espacio entre nosotros; en fin, todas aquellas cosas que suelen decirse los amantes con miradas antes de confluir en el más hermoso, apasionado y amoroso de los besos.

Mis ojos la miraron, sus ojos me vieron, nuestros cuellos poco a poco se iban rindiendo; cada milésima de segundo, cada instante en el tiempo, cada respiro de ambos los sentimos como nuestro propio aliento, cada soplo de nuestra respiración muriendo. Sus labios y los míos, cada vez más cerca. Yo, cada instante más sediento. Nos acercamos tanto que no sentimos pasar el viento, ¿Cuánto tiempo pasó? No logro recordarlo, en aquel preciso instante escuché la voz de mi madre llamando para despertarme. ¡Fui tan feliz! Entonces fui aquel niño que sonó con el ángel que grabó en sus sueños la ilusión de un beso.

Todo esto es para protegerte de Laura Andrea Salazar Correa

Eloísa despertó aturdida. Al abrir los ojos recorrió con la mirada el lugar y no reconoció la habitación, este no era su cuarto. La pintura de las paredes estaba desteñida, al frente de la cama faltaba su cuadro pintado por Pedro Nel Gómez y en su lugar había un afiche de un paisaje de los Alpes en un marco de mal gusto. Ni hablar de la textura de las sábanas y la cobija que la cubrían, y su olor a lugar extraño. 

Podía reconocer el camisón de pijama que llevaba puesto, su anillo de compromiso que llevaba en su dedo anular desde que tenía 19 años (que por el paso de los años tuvo que ajustar un par de veces en la joyería) y sus aretes de perlas que estaban que ahora estaban puestos de manera casi simétrica en la mesita de noche. 

Atinó a levantarse, recorrer desconcertada el lugar y en una de las esquinas del cuarto vio una silla con su cartera de cuero negro. Se acercó, la tomó en sus manos y la abrió a toda prisa. Adentro estaba casi lo mismo de siempre: un pañuelo de seda, 3 bombones de chocolate, un frasco pequeño de perfume, el labial del color de siempre, pero en su billetera faltaban su cédula, su tarjeta débito y sus dos tarjetas de crédito. Tampoco estaba la pequeña whiskera de plata que su hermana menor le había regalado al cumplir 70 años. Su teléfono celular también hacía falta. 

Miró a todos lados, podía sentir su pelo enredado por las horas de sueño, se dirigió a una de las puertas que parecía ser la del baño y vio que todo estaba dotado para personas con discapacidad, pero ella a sus 88 años seguía lúcida y podía valerse perfectamente por sí misma. Ni siquiera tenía que usar bastón para caminar, tampoco había sufrido la típica caída en la ducha que a otras había obligado a operarse para tener una prótesis de cadera. 

Eloísa no entendía nada, podía escuchar casi a toda potencia sus pensamientos, su desconcierto. Seguía con su camisón puesto, sin siquiera asentarse un poco el cabello teñido de púrpura, como la mayoría de las señoras de clase alta de la ciudad. Quería saber dónde estaba y por qué estaba en ese lugar, pero en ese momento se negaba a salir de allí sin arreglarse. 

Recordó cuando Fabiola, una de sus amigas de toda la vida le advirtió que no repartiera la herencia en vida entre sus hijos porque sólo le traería tristezas, dejaría de ser importante o querida para ellos. Pero, se dejó convencer por Olga, su hija mayor, argumentando que era mejor dejar todo listo desde antes para no perder dinero y tiempo entre abogados cuando ella ya no estuviera. - Dios quiera que eso sea dentro de mucho tiempo, exclamaba Olga mientras se persignaba. 

Con un vacío en el estómago Eloísa entendió que su llegada a este lugar fue un engaño, salió de casa creyendo que iría a un centro de salud a hacerse un examen de rutina. Ahora sólo resonaban en su mente las palabras - Aquí estarás mejor, mamá. Todo esto es para protegerte.

Un diálogo impersonal de María Alejandra Castro Rodríguez

Sé que antes era un ser abstracto, con el don de la omnisciencia y la metamorfosis. ¿De qué otra forma explicar la nostalgia que a veces me agobia? ¿por qué otra razón me invadiría una súbita alegría sin sentido? solo puede ser la remanencia de lo que fue mi omnisciencia, como todo lo sabía todo lo sentía. Aun me adapto a la empatía.

Además, no cabe duda que mi persistente sentimiento de añoro por el cambio se debe a los recuerdos de mis transformaciones; me imagino de ánimo jovial tomando distintas formas y colores, inspirándome en el universo, yaciendo en forma de estrella por eones y al despertar bailando como pulsar las melodías del cosmos.

Pero, ¿por qué renunciar a esa existencia si tanto iba anhelar las estrellas en esta única y limitada forma? Pues, anoche desperté sudando ya que había soñado (o quizá recordado) viéndome viajar con las olas gravitacionales flotando bajo una luz dorada, cuando sentí una calidez, pero esta no era tangible realmente, era metafísica e incorpórea y cuando me alejé hasta no sentirle, lloré por su ausencia, me apresuré en su búsqueda terminando en la tierra y así, tomando forma humana, hallé el cariño, la compañía y el afecto... Y perduré por el deseo de comprender el flujo de emociones que viaja por el universo.

A fin de cuentas, toda forma trasciende y se limita.

Má, deme un abrazo de Ricardo Esteban Lopera Vasco

Ojalá mi vieja fuera eterna, la juventud que perdió se la debo; ingrato soy. Mi vieja siempre fue más que una madre, conozco mujeres, pero ninguna como ella, tan pulcra, educada y verraca. Me levantó en Zamora con mi abuela enferma, trabando y estudiando, sublime lo que hizo mi vieja, una santa diría yo. Muchas veces la veo y le digo: “Má yo le voy a dar una casa”, siento sus ojitos cansados de pagar arriendo y le sonrío para que sepa que es verdad. Quiero darle la mejor vida a mi vieja y decirle eternamente, “Má, deme un abrazo”.

Butter Time de José Luis Rodríguez Alcaraz

“En este prefacio deberían estar sus letras”

Unas pisadas emanan un sonido tenue. Llenan el vacío que ha dejado el mundo con su decadencia constante, su monotonía y sus prejuicios. Escucha el caos que desatan los pasos, contempla al dueño del alboroto. Es astuto y se esconde en su lugar favorito, un hueco en la habitación para se burlarla, sin embargo su compañía es leal, fiel y sincera. Ella le conoce, la presencia de otro le espanta. Un conejo de pelaje blanco como naftaleno, espeso como miel y lanudo como caprino, sus ojos pueden contemplarse y perderse por la eternidad. El tiempo a su lado es único e incomparable, sus orejas captan los sonidos, los encripta y los libera confundidos. Butter.

Una tarde examina el techo mientras suena jazz, sus ojos se enfocan en una esquina. Divaga con su mente, visita Paris tomando un café en la Rue de Lombards, va a Turín y cuando se aburre a Berlín, viajar en el tiempo esta a su alcance, estuvo en la fundación de Roma, compartió con los mhuysqas, apoyo la apertura de la primera universidad publica, toco los hongos de Fleming, presencio las consecuencias de la Gran Depresión, examino los restos de Hiroshima y Nagasaki, intercepto un par de cartas entre Salvador y Lorca, se maravillo al ver en la galería de Julien Levy la naturalidad de Khalo.

Transcurrieron 16 minutos con 33 segundos, Butter comenzó a saltar preso de lenta desesperación. Ella lo noto, le conocía bien así que sus ojos persiguieron al conejo clavando la mirada sin tregua, creía estar sobre su lomo aferrada a su pelaje, evitando que los saltos le tumbaran. Su rostro perdió expresión humana, tomo a Butter por las orejas, miro directo a sus iris seductores, somníferos e hipnotizadores, despojaron cualquier rastro de pensamiento... sintió besar el alma del animal. El vació se expandió, lo irrisorio transmuto a soporífero, inundada por pensamientos macabros abrazo a Butter y volvió a centrar sus iris contra los de él.

Humanidad emanaban los luceros rojos, creyó que mantendría una conversación con el ser zoomórfico. Giro su cabeza 47º divisando el reloj que marcaba las 15:27. Un calor insumiso le recorrió el cuerpo, camino a su izquierda y tras cuatro pasos se encontró frente a la ventana, al abrirla una ráfaga desorganizó su cabello azul-verde mar asimilando una ola… Una bella vista, solo son 6 metros de altura. Analiza los cerros y una epifanía súbita estuvo a su alcancé, el mundo alterado era anodino, conecta los labios entre los ojos y con viento en contra, sube al marco de la ventana sin soltar su compañía, contempla una vez más el horizonte. Butter también lo mira.

- ¿En realidad lo quieres? –exclamo el conejo-
- …

Sin pronunciar un fonema, mira el reloj, abraza su parlante amigo. Sin vacilar se lanza al vació. Ya había cumplido la mitad del recorrido, aceptado el impacto. Miro a Butter atrapada en el rojo, sangrante del iris, cierra los suyos con presión. Al abrirlos flotaba en otra dimensión a la espera de unos ojos nuevos.

Ganadores del concurso

Primer puesto  Soplo divino de Pablo Antonio Sueche Kanube, estudiante de Ingeniería Física. Segundo puesto El zancudo de Nicolás Alejandro ...