viernes, 30 de abril de 2021

Hilo de Gloria Patricia Jaramillo Alvarez

El silencio grita y la brisa se ha detenido en la casa vecina; todo es gris, todo es duelo en esta casa vacía. Mira absorta, perdida en la inmensidad de la larga mesa, más larga ahora por la aplazada ausencia de sus hijos. En el escaneado camino de su mirada sobre el mantel, le sorprende un corte inesperado. Su cabeza explota agitada. Corre entusiasta a explorar en el armario y busca con ansia la aguja de ojo grande y lo hilos más brillantes. Da una primera puntada, da dos, da tres, cierra el dolor de su infancia porque ha vuelto su padre desaparecido: da cuatro, da cinco, cose el llanto pues su madre ya no reprocha su amor escondido. Da seis, da siete, y para por un prolongado segundo; nunca su ebrio padrastro abre la puerta de su habitación. Da ocho, da nueve, da diez, ahora nada desaparece, requiere más puntadas para acabar su zurcido. En la quinceava puntada siente el punzo en su vientre, es su hijo Antonio que no se ha ido, no ha marchado a toparse con un cuchillo asesino. Da más y más puntadas y cada vez se torna más difícil coser sobre la tela rígida; las manos arden y los dedos sangran, pero aún no ha terminado su destino. Jorge aún no ha vuelto y no le ha perdonado, no ha cerrado sus heridas, no ha borrado sus golpizas, no ha vertido la ceniza que sus frases le han dejado. Sigue, sigue, sigue, y ya ha terminado, ya nada duele, ya nada importa, remata el rojo hilo que tirante frunce las venas de sus manos.

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