viernes, 30 de abril de 2021

El Zancudo de Nicolás Alejandro Montes Suescún

A los hijos del olvido.

Amaneció por allá donde no llegan los ojos de la capital, en los bordes del croquis donde nacen los ríos y el sol cae sin obstáculos. Despertó el “doctor”, un trabajador social muy joven y de cara amigable, recién egresado y convencido de que el país se construía desde las entrañas del territorio. Con sus botas metódicamente elegidas y llenas de barro, se dirigía a un caserío, hogar de una gran familia dedicada a la agricultura.

Consciente de la violencia de la zona y formado en pedagogía infantil, sabía que la mejor forma de entender y atender los niños era mediante el juego. Una vez con los niños y su intención de emular un día cualquiera, se dispone a hacerlos protagonistas de este pequeño y poco dotado montaje teatral.

—Tú serás una canoa. — dijo señalando al primero de los niños.

—Tú serás papá y tú, mamá. — dijo señalando a otros dos.

—Ustedes serán niños jugando. — dijo señalando a tres niños más.

—Y tú serás el zancudo. — dijo mirando al último.

Después de hablar con ellos y aclararles pacientemente que intentarían recrear su día a día, se sienta y toma su libreta.

—A las tres comenzamos, uno, dos y… Tres. ¡Acción! — exclamó mientras los miraba.

La canoa navegaba, el padre y la madre caminaban tranquilamente por los cultivos y los niños jugaban en la pradera. De pronto el zancudo se aproximaba desde el horizonte y la mirada casi entrenada de los niños los hizo gritar.

—¡El zancudo, viene el zancudo! — dijeron los niños mientras se miraban.

De repente, y a medida que el zancudo se acerca, los niños corren despavoridos como si de muerte se tratara. Entonces, la canoa se orilla buscando refugio, los padres corrieron y gritaron buscando a sus hijos, los niños emprendieron una huida tan rápida como sus pequeños pies lo permitieron. Su llegada era inminente, por lo que se arrojaron al piso dejando sus tiernos rostros pegados al césped, sin realizar ningún movimiento, como haciéndose los muertos…

Después de una corta investigación y de unas cuantas entrevistas a familias de la zona, se dio cuenta de la ignominia de la verdad. El zancudo era realmente un “pequeño” helicóptero artillado cuya sola presencia anticipaba barbarie.

No había quejidos, ni súplicas ni rezos, no había disputa entre la vida y la muerte, aquellos inocentes morían silenciados e impactados de espalda por las ráfagas indiscriminadas del zancudo, convirtiéndose en víctimas de una guerra que no entendían.

Las migajas de los niños quedaban esparcidas en la hierba para convertirse en partes de cadáveres remendados, víctimas de soldados en cuyas manos estaba la vida o la muerte y claro que sí, la misión de acabar con las guerrillas a cualquier costo.

Así murieron los niños, cuando no los mataba el zancudo, los mataban las enfermedades del campo o el hambre, y los jóvenes, desaparecieron antes de que lograran sacarlos de las zonas “rojas”.

…y luego está el avión “fantasma”, pero esa historia no la cuento para no acabar con la esperanza.

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