Una lluvia tímida e inaudible caía persistente sobre las copas de los árboles. El pavimento húmedo refractaba la luz amarillenta de los faroles y sugería la impresión de estar parado sobre un enorme espejo de broce bruñido.
Ambos estábamos tan cercanos, y sin embargo ,no nos hablábamos. Teníamos el mismo destino inmediato, pero no me atrevía a romper el sórdido y descarnador silencio.
Ella miraba indolentemente la arboleda que había a su derecha, y yo, a su izquierda, espiaba su mirada esperando a que cayera un bocado de su mirada sobre mí para exponerle con galanura toda la vistosidad del plumaje azul grisáceo que llevaba puesto aquel día. Sin embargo eso nunca sucedió. Llegó el autobús a la parada, ella se subió y se alejó dejando para mí una fragancia del aborto de la acción.
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